jueves, 27 de junio de 2019


'UNA VEZ QUE HAS VIAJADO, LA TRAVESÍA NUNCA TERMINA, SINO QUE ES RECREADA UNA Y OTRA VEZ A PARTIR DE VITRINAS CON RECUERDOS. LA MENTE NUNCA PUEDE DESPRENDERSE DEL VIAJE' 
(Pat Conroy)

UNA PEQUEÑA EXPLICACIÓN...

A lo largo de las líneas que siguen, vais a encontrar mucha jerga motera. Tiene sentido. Porque este blog viajero va de motos... y también de trenes, por supuesto. Soy un tipo lujurioso y obstinado en mis apegos y mis filias; los que me conocen saben de la pasión, de la intensidad, y en definitiva, del compromiso que adopto con todas las cosas que me gustan. Desde siempre. Creo que los trenes ocupan la primera posición en esa lista.

De modo que, en paralelo a la ruta de carretera, iré dando cuenta de episodios y anécdotas ferroviarios. Y no será el menor de ellos el que -cuando el parcial marque unos 5.000 kilometros desde la salida, allá por tierras bosniacas- constituye la meta absoluta del periplo: las últimas locomotoras de vapor de Europa... contemplar estos artefactos con mis propios ojos fue un sueño desde la adolescencia, pero amenazado desde siempre por el devenir del desarrollo y del crecimiento económicos: el tiempo, en suma -aunque las noticias desde Bosnia eran confusas-, jugaba en contra de tales dinosaurios mecánicos (ahora residuos de una pretérita y gloriosa era del ferrocarril), lo cual convertía este viaje en un reto presuroso, porque aplazarlo tan sólo quizá unos meses podía significar que este sueño de juventud se desvaneciera sin remedio, como lágrimas en la lluvia. Pero desde siempre, he perseguido mis sueños con determinación; la persecución casi siempre ha dado sus frutos... 

...y eso fue así porque esa determinación siempre fue mucho mayor a la que 'crazy frog' nos muestra en el siguiente vid:


INTRO

Con los últimos aditamentos que le he puesto encima a mi Yamaha Superteneré 1200 XTZ-E (o 'La SuperTernera', el apelativo cariñoso con el que a sus orgullosos propietarios nos gusta referirnos a ella), la he convertido en un Panzer. Y yo, en paralelo, me he convertido en un reclamo publicitario de la firma Touratech. Un jodido globero, en definitiva. Resulta gracioso recordar que hace treinta años, a los motards burgueses de guisa y recursos como los que a partir de hoy, y durante varias semanas, voy a exhibir por las carreteras de media Europa, los llamábamos con desprecio 'BeMeuWistas', dado que casi invariablemente sus pesadotas monturas lucían el logo de la marca bávara en sus depósitos. 


De modo que, mientras me dispongo a saltar con movimientos de Robocop sobre mi mamotreto de 300 kilos largos, no ya gracioso, sino casi hilarante resulta verme y reconocerme (lo último, quizá por vez primera) metido en el disfraz de uno de aquellos abuelos de la ruta (en este caso, un 'Yamahista') que no tumbaban en las curvas ni a punta de pistola. Pero como reza el viejo aforismo, 'todo cambia...', y el perfil motero también, naturalmente: de jóvenes somos pilotos llenos de adrenalina e inconsciencia, con poco miedo a la muerte, y ya de talluditos, sesudos conductores de coches de dos ruedas; pero desde luego, si la moto no ha sido una mera aventura de juventud y nuestra hemolinfa contiene gasolina todavía, transmutamos en viajeros empedernidos, devotos en el matrimonio a nuestra noble compañera de metal, y con poco miedo... a mirar atrás. 


Yo soy un macho fiel, y mis amores son siempre verdaderos y permanentes: me ocurrió con el rock, y me ocurrió con las motos, ambos puras modas pasajeras -casi pasatiempos- para la mayoría de mis compañeros de batalla de los agitados veintipocos (de joven era molón ser rockero y motero, porque ese binomio facilitaba el apareamiento, sin duda), espíritus pusilánimes que no resistieron la doble prueba del compromiso ni del tiempo.


Aunque seguro que antes de la salida, me tengo que sacudir la turbidez de tan polarizados pensamientos, porque hay que dejar espacio suficiente en mi casco 'Shoei' -de provocativa librea LGBTI- a mi cabezota afilada y a las ilusiones que van a ir llegando en oleadas a ella al transcurrir los kilómetros; sin vacilaciones, y tras el tedioso ritual de casco y guantes, pongo el parcial a cero, y giro despacio -pero decidido- el puño. El horizonte se abre. Let's hit the road...



PRIMERA PARTE: FAROS HACIA ORIENTE 
(ESPAÑA - LOS BALCANES. Kilómetros a la salida: 46.296) 

'COMO TODOS LOS GRANDES VIAJEROS, HE VISTO MÁS DE LO QUE PUEDO RECORDAR, Y RECUERDO MÁS DE LO QUE HE VISTO' 
(Benjamin Disraeli)


JORNADA 1 - AZUQUECA-ALCAÑIZ(370 KM)

Los primeros kilómetros tras soltar el ancla, y como siempre, son de puro gozo. Subiendo por la cuesta de Torija -en una radiante tarde del ocaso de Septiembre, casi veraniega-, rostros de niños enlatados y con las narices pegadas a las ventanillas traseras escrutan boquiabiertos a la SuperT y al marciano que la cabalga, desde los pocos coches que se atreven a adelantarme en la rampa -haciéndolo en ese caso a velocidades estúpidas, porque llevo el programador a 129 km/h, que son 120 reales en el TomTom-. 'Enlatados' es otro antiguo y cariñoso epíteto para los sujetos que se desplazan (o son desplazados, que casi ni la forma activa del verbo les pertenece, pobrecitos) sobre cuatro ruedas, rodeados por paredes de materiales opresivos. Mientras, continúo subiendo la cuesta con el casco a punto de reventar por el tamaño de mi sonrisa, mirándoles desde arriba, y rodeado por el cielo azul y el universo entero. Infelices enlatados.

Aunque no debería regocijarme tanto en mi soberbia de viejo motard, porque el sol no luce por completo: desde el primer momento, las gomas que hoy estreno me hablan en un lenguaje distinto al acostumbrado, y comunican extrañas sensaciones. He salido tarde, después de comer, y tengo que enchufar si quiero llegar a una hora 'humana' al primer sitio de pernoctación, con lo que esas sensaciones se amplifican. Estas 'Heidenau K60 Scout' vibran a baja velocidad, y suenan como demonios en celo en alta. Son ruedas con bastante taco que monto para la ocasión, en previsión de carreteras rotas y incluso pistas, cuando me halle ya en la antigua Yugoslavia. Fueron una recomendación de otro lobo solitario de las dos ruedas, con el que coincidí hace ya un año y pico al llegar a Nordkapp ('yo ya no calzo otras', me aseguró). Creo que hasta unas simples ruedas se merecen un margen de confianza.

'Art Deco' en Rillo de Gallo
En Alcolea, giro a la derecha, hacia el altozano de Molina. Aerogeneradores por todas partes, mientras atravesamos (si, en plural: mi compañera la ternera y yo) pueblos como Rillo de Gallo. Hasta que más tarde comiencen el ecosistema de sierra y el verdor, la monotonía de los páramos pardos y de la ruta con escaso tráfico sólo se ha visto alterada por algunos enlatados, verdaderos enfermos mentales adelantando a velocidades transgresoras con sus Audis y sus BMWs que portan matrículas de sitios exóticos como Murcia y Valladolid. Uno de ellos se las ha tenido con un camión, cerrándome la trazada inmediatamente delante, casi sacándome del asfalto. Mi dedo anular se ha disparado arriba casi a la velocidad de la luz, indicándole que es el número uno... en tamaño de cuernos. ¿Quién dijo que los habitantes de las poblaciones de interior son el último reducto de la nobleza? Risible leyenda, sin duda. Porque desde hace pocos meses, el limite para carreteras de doble sentido no es de 150 km/h como creían los idiotas anteriores, sino de 90. Justo la velocidad a la que las 'Heidenau' hacen que pantalla, extensión superior de pantalla, y altavoces, anclados todos a la misma estructura, entren en resonancia, asustándome con sus vibraciones. Quito la extensión y no mejora mucho. Al final, son de plástico, y anticipo problemas.  

Estación de Caminreal
En Caminreal hago una parada para visitar las que fueron magníficas instalaciones ferroviarias del antiguo Central de Aragón, ahora reducidas casi a la nada. Y descubro con preocupación que el segundo juego de llaves de la ternera se ha quedado en casa. Primer fallo y no he hecho mas que despegar. Ello me obliga a extremar la atención en el único juego del que dispongo. Y con lo despistado que soy...joder.

Empieza a oscurecer (¿tan pronto?), mientras desfilan pueblos de baturros nombres, como 'Bañón' o 'Cosa'. Entre dos curvas enlazadas, cuando iba un poco enchufado para ganar tiempo a la oscuridad, un ciervo dubitativo se decide finalmente a cruzar la carretera, a tan sólo unos 80 metros. Levanto la moto y tiro los hierros, el ABS entra en acción, y las Heidenau chillan. Pero chillan de cojones, sin duda debido al marcado taco de diseño. Y poco después, mientras una bola muy roja se empieza a ocultar en el horizonte a mis espaldas, llego a Vivel Del Río, donde cruzo el imaginario P/N del ferrocarril de Utrillas, tan querido, tan buscado... y tan extinto (HISTORIA: EL FERROCARRIL DE UTRILLAS - Enlace)

Es el arma definitiva para las sendas de tren abandonadas: mi Warrior YFM 350 -otro hierro Yamaha- es divertido y peligroso a partes iguales. Estos trastos de ruedas gordotas han causado lesiones serias a algunas estrellas del rock como Ozzy Osbourne en el pasado... aunque de momento esta estrella del rock (jeje) se ha librado. El peculiar animalito es casi ya una locomotora, por los cientos de kilómetros de lecho ferroviario visitados hasta ahora. Su conducción es excitante -nada que ver con la moto-, pero tiene la mala costumbre de triturar el aparato locomotor de su confiado piloto. El Warrior en acción por el f.c. de Utrillas: 


los últimos kilómetros van a ser en etapa nocturna...las molestas etapas nocturnas, presentes ya desde el primer día. Vendrán otras terribles mas adelante. El viento a partir de Montalbán va a hacer que cada cruce con los camiones en la N 420 se convierta en un latigazo. Tras ese castigo, y deambular un buen rato por un laberinto de caminos por los que me ha llevado el navegador a la entrada de Alcañiz, llego al acogedor bungalow de la ciudad mudéjar, justo al lado del circuito de Aragón, que hace sólo unos días veía coronarse a Marc Márquez como campeón del mundo de MotoGP. Me aseguran los dueños del camping que en esa fecha, en este mismo alojamiento, el padre de Dovizioso se dedicaba a hacer cabriolas con su scooter, con la 'birra' saliéndole por las orejas. La cama me llama con urgencia, y como sucio motero que soy, a ella voy a acudir sin ducharme, y con el cuerpo dolorido por la ruta y el viento de la noche.

JORNADA 2 - ALCAÑIZ-BEZIERS (550 KM)

Esta noche he pasado frio. Además, sobre las 7.30, una impertinente sirena me ha despertado, haciéndome creer que estaba en un camping... de concentración. El ruido de los tetracilíndricos japoneses de 4T muy subidos de vueltas, que llega nítido desde el cercano circuito, me ha impedido conciliar el sueño nuevamente. ¡Putos capullos quemados! Según me dijeron anoche, tan sólo unos cinco días al año, el circuito NO tiene clientes, entre grandes premios, entrenamientos de equipos oficiales, y particulares esparciendo pedazos de carenado por el asfalto. 

Las dificultades hoy comienzan a apenas 50 metros del camping, cuando la rueda trasera ha hecho un extraño... y se ha caído. Literalmente. Está en el suelo, con uno de los talones muy lejos de la llanta. Mi primer impulso ha sido hincharla con el compresor a batería... que se quedó en Azuqueca por problemas de espacio, claro. Llevo espuma,  gusanos y cargas de nitrógeno, pero alumbro que lo más lógico es marcar el teléfono de asistencia.
La ternera, humillada
Para amenizar la espera, mi cerebro se ha lanzado a dibujar diversos escenarios sombríos que, sin duda, van a hacer fracasar esto. No llevo ni 1/20 de la distancia a cubrir, y ya aparecen obstáculos limitantes. Un comienzo de pelotas. Pero la asistencia ha sido rápida y eficaz, y no ha pasado ni una hora cuando me veo en un enorme taller de neumáticos donde todos se afanan en ayudarme 
con genuinas camaradería y amabilidad moteras, cuando les explico el propósito del viaje. A mi lado, un veinteañero con su cresta 'mohawk' aplastada y revuelta por el sudor, cambia presuroso los 'slicks' a una Honda carreras-cliente de 200 cv, con la que en unos minutos estará sacando chispas del asfalto. Estoy en buen sitio, y el pesimismo se desvanece. 

No hay pinchazo, la válvula está en su sitio... parece ser que mi tapón indicador de presión del tipo semáforo (verde: a volar - amarillo: hincha la puta rueda - rojo: ni se te ocurra!) ha sido el causante del destrozo: es tan largo en su recorrido de rosca que oprime el obus. De hecho, se lo puse ayer para la presión de 2'9 bar que la ternera lleva a plena carga. Así que mando el 'semáforo' al infierno, me la inflan (la rueda) con 2'7 por el calor que hace hoy, y a correr. Pero la mosca se va a quedar ya a vivir en la oreja, mis gomas 'Made in Germany' comienzan a suscitar desconfianza. Su comportamiento en pista es excelente, eso si, después de unos cuantos kilómetros por Alcañiz siguiendo la antigua ruta del fc de Val de Zafán. Transmiten el asfalto bien, quizás demasiado bien. Si las llevas a malas gruñen, protestan y descolocan a la ternerilla. Más que morder el asfalto, se lo comen a dentelladas, y en las juntas longitudinales y en los gusanos de alquitrán caliente balancean la moto sin piedad, como si llevaran ya 10.000 km a sus espaldas. Encima, no pasaré la ITV con ellas, por el código de velocidad baja. ¿Por qué no habré montado unas Anakee, o unas Karoo? Creo que hasta con gomas Durex iría más... seguro. 

En la espectacular bajada a Mequinenza desde Caspe, cuando abordo una transición rápida entre curvas, en pleno calentamiento de hocico para explorar las posibilidades de las Heidenau en curva...ssssshhhh.
Pantano de Mequinenza

Un horrible deslizar trasero, que evidentemente en mi caso no ha erizado el cabello, pero las gónadas sí han experimentado un movimiento de ascenso instantáneo.  No soy un experto en reglaje de suspensiones, pero se impone la parada para intentar la mejora; subo presión de hidráulico delante  y detrás en 5 puntos (de 18 posibles), mientras intento quitar hierro pensando que la posición 'Estándar, -3' que traía, ha sido la culpable del susto. Esa blandura y probablemente también, unas gomas con más taco del que mi mediocre conducción deportiva puede dominar. A estas alturas, las he juzgado y las he condenado ya, de forma absolutamente injusta, como veremos mucho más adelante. La ternera no está acostumbrada a una goma tan 'heavy', se ha pasado toda su vida calzando las dulces Metzeler Tourance. Yo tampoco estoy acostumbrado; tan sólo una vez anteriormente, en mi agitada vida motera, tuve bajo el culo unas ruedas con más taco...


MARRUECOS. ABRIL DE 1.999. Tenía razón. El puto africano tenía toda la razón. Iñaki, un pijo euskaldún jovencito con ganas de aventura y yo le llamamos así porque ya lleva varios Paris-Dakar a sus espaldas, como piloto y como mecánico. En alguna parte -en medio de ninguna parte- del Atlas superior, mientras dábamos ágil cuenta de una comida de campaña bajo un cielo plomizo, nos lo advirtió: 'si empieza a llover, recogemos todo echando hostias y salimos a escape, porque si no, el 'Araldit' nos frenará en seco’. 

El 'Araldit', el temido barro del Atlas, pegajoso y de consistencia densa, que los tacos arrancan del suelo en tiras como si pelaras una naranja, bloquea sin piedad nuestras ruedas delanteras con guardabarros bajos. Tras la tercera caída, desisto y comienzo a desmontar el guardabarros de mi Suzuki DR 750 BIG, hundiendo destornillador y manos en el fango pastoso que lo cubre todo.  Maldigo el cuerpo lleno de titanio y de arreglos ortopédicos del africano, sintiéndome el campeón de los miserables en este preciso momento. Iñaki, con su BMW GS 650, cabezón él como buen vasco, insiste en avanzar, machacando el embrague a cada intento. Él y yo somos los 'outsiders' del grupo, y los que nos quedamos atrás en las dificultades, casi un lastre para los 'patanegras': los mellizos de la Husqvarna y la KTM peso medio (dos pedantes italianos encargados de la seguridad de la Casa Real, ¡toma ya!) que, junto con el africano, deben estar a varios kilómetros ya. 

Y es a este último al que veo venir en nuestra ayuda desde un altozano, cuando de repente su Yamaha XTZ 660 Tenere le escupe por las orejas, por el mismo problema con el guardabarros. Luego una vez más, y otra... aunque sale a base de escroto y de inconsciencia de ex-legionario y consigue llegar por fin, abrasando el embrague. Una de las suelas de mis botas 'Vendramini' de enduro se pega al suelo y se desprende de la bota. La sujeto con un metro de cinta americana, en el momento en que aparece un leñador asegurándonos que tiene una cabaña donde podemos dormir, 'porque en cuanto el sol se ponga, saldrán los lobos'. Si queríamos aventuras, esta cumple con creces nuestros deseos. Me entra la risa floja en medio de la impotencia. 

Después de un infierno de barro y charcos, de los que aún a estas alturas me pregunto cómo puñetas conseguimos salir, todavía habríamos de llegar a Midelt, el sitio de pernoctación, a 80 km. La moto del africano lo hizo en la furgoneta de apoyo (que vino desde Midelt avisada por uno de los italianos), y sobreviviría para ver el erg argelino tras un cambio de embrague. No así la de Iñaki, a la que hube de remolcar a 20 km/h con dos metros de cuerda de escalada -entendiéndonos mediante un código de señales luminosas- a 2 grados bajo cero, en una esplendorosa madrugada estrellada. Gracias a Allah, en la gasolinera de la que dependíamos para llegar, se encontraba durmiendo el muchacho que la atendía. En otro caso, el desaguisado habría acabado en catástrofe consumada. A las 5.30 nos acostábamos por fin en Midelt, con barro hasta en el esfínter, ateridos de frío y sin lavarnos los dientes. 

Llegaría, con el curso de los años, más sufrimiento africano a bordo de monturas varias, aunque  la capacidad de disparar las pulsaciones aflojar los intestinos de esta fangosa experiencia permanecerá ya por siempre imbatida.

PALMERAL DEL ZIZ. Marzo 2016

Regresemos a España, a la que en pocas horas diré adiós. A 120 km/h por la AP 2, la extensión superior de la pantalla no vibra, y es un aliado ejemplar descargando presión del tronco superior. Pero es primera hora de la tarde de viernes, combinación letal de sucesos que garantiza tráfico espeso en las proximidades de las grandes ciudades. BCN no es una excepción, y su anillo de circunvalación ha exprimido mis fluidos vitales sin ninguna piedad. Hace mucho calor, el tráfico es denso como barro del Atlas, y para colmo, están las obras, claro. Los tres carriles de sentido contrario aparecen colapsados en una extensión de decenas de kilometros. Cuando por fin se despeja la cosa, empiezo a disfrutar a medio trote de los hermosos pueblos catalanes, con sus pintorescos monasterios en las lomas. 

Poco después, en la comarca de La Selva, ya en los aledaños de Gerona, las luces de freno y de 'warning' en la distancia me anuncian nuevas paradas. Pero deduzco que esta vez es otra cosa, por la multitud de marcas de frenada violenta que cizallan los tres carriles hacia la derecha. Un coche parado en el arcén, luego un camión... y una furgoneta de carga volcada de costado, con las vigas metálicas de construcción que portaba atravesando puertas y ventanas, y orientadas en todos los ejes posibles del espacio. Más coches en el arcén, con gente corriendo hacia la furgoneta. Acaba de pasar, y ni puedo ni quiero mirar. Dentro hay chicha.

Cerca ya de la Junquera, empieza el baile de matrículas variopintas. Entre altozanos abrasados por el fuego de otros años, el camión con pérdida de áridos que me precede se encarga de lanzar una lluvia de meteoritos contra la ternera, que resiste el envite con unos cuantos picotazos. El último repostaje -al límite- antes de cruzar la raya, y después de ella no avanzaré mucho, porque el sempiterno viento del Languedoc (las cinco mangas indicadoras de viento que he visto en la autopista estaban horizontales) ha acabado por patearme y agotarme. Hoy no pasaré de la hermosa Beziers.

Llevo en dos días unos ridículos 900 km. En las primeras etapas de mi viaje a Nordkapp, hace quince meses, superaba esa cifra a diario. Pero los retos me energizan, y entre las ruedas y yo sólo puede quedar uno. Mañana las castigaré sin remordimientos por las veloces autopistas francesas. Hasta que cristalicen.

JORNADA 3 - BEZIERS-LA SPEZIA (750 KM)


Beziers
Ayer por la noche, al abrir una de las maletas, y extraer la llave, el bombín de la cerradura salió con ella. ¿Deberé dejarla precariamente abierta y expuesta a los amigos de lo ajeno durante el viaje? Al final sólo son dos tornillos sueltos, cuya medida para llave Allen es... la única que no tengo. Murphy. Ya sabía por diversos foros que la calidad de las maletas originales Yam no era ni mucho menos para tirar cohetes. Eso sí, dejan la moto limpia de herrajes al desmontarlas. Por la mañana he pedido herramientas y he despejado el obstáculo con mi estilo resolutivo. A la carretera, que queda mucho.

Hoy también me acompañará un tiempo veraniego. La A 9 por la que nos desenvolvemos hacia el este es una vieja conocida de las tres monturas que he tenido. Primero 3 carriles, luego 2, y al enfilar hacia Marsella se hacen 4. Juraría que los gabachos corren menos que en el pasado, o quizá soy yo el que corro más: la ternera empuja como una locomotora diésel si la comparo con mis viejas yeguas. Pero son, eso sí, tan educados como siempre: te ceden el paso cuando encuentras camiones en cualquier subida -a los que doblas la velocidad- para evitarte un golpe fatal contra la trasera del remolque; los motards saludan ostensiblemente con el pie al adelantar, y a veces algún jovial grupo de ellos te acompaña detrás durante bastantes kilómetros. Francia es un gran país y sus habitantes están a la altura, por supuesto. Y es curioso que tras muchos años, he caido ahora en que los abundantes carteles de autopista advirtiendo 'Prochain Sortie: Gendarmerie', no son una indicación en clave de humor negro para evitar accidentes: su mensaje es real como la vida misma. Qué cerebro tan retorcido el mío.

A partir de Toulón, toco asfalto nuevo para mí. Tras un brusco descenso, Niza aparece radiante a nuestros pies. El calor aprieta, y algunas zonas con gusanos de alquitrán me han enseñado que quizá haya acertado con presiones y reglajes... o es que a lo mejor las Heidenau han empezado a amansarse: el temblequeo de chasis al pisarlos sigue ahí, pero esta vez la ternera parecía un 747 en zona de turbulencias, blanda y pesada, en vez de un F16 cruzando la barrera del sonido. Ojalá haya sido así, porque como dice la Biblia, 'los mansos heredarán el asfalto'. 

Ha sido justo en el centro de la pomposa Montecarlo cuando he descubierto la autonomía real de la Ternera con la reserva: exactamente 97 kilómetros. Las dos latas suplementarias de gasolina me han sacado del apuro -nunca mejor dicho, porque esta vez he apurado demasiado-, y hasta que he dado con la gasolinera ESSO por la que preguntaba a un nativo justo cuando el motor se ha parado, hemos recorrido parte del trazado urbano del GP de Mónaco, incluyendo el famoso túnel. La ternera es ya leyenda.

Y bienvenidos a Mónaco/Montecarlo, capital mundial del postureo y la frivolidad. Desde arriba, cuesta creer que alguna otra bahía del planeta albergue tantos yates de lujo. Desde abajo, cuesta imaginar que la mayor parte de la producción de Lamborghinis Diablo tengan matrícula del principado. Aqui los proletas van en Mercedes último modelo al Carrefour. El resto de los coches son de gama estratosférica, y hacen mucho ruido con sus escapes cuádruples mientras queman goma en los revirados viales de la capital de los Grimaldi. Varios tipos avistados mostraban el vivo perfil de James Bond, y la visión de algunas otras clones de Madonna y Pamela Anderson han acabado por echarme del sitio. Aunque es una curiosa visita, sin duda.

La anécdota de la gasolina me la he tomado con el mejor humor, y he dado gracias mentalmente al Dios de la carretera; tan sólo diez kilómetros antes y todo habría sido mucho, mucho peor, quedándome varado seguramente dentro de un oscuro túnel. Porque poco después de Niza, los Alpes se dejan caer impúdicamente sobre la costa, y la autopista se convierte en una sucesión de viaductos y túneles, especialmente en Italia -cuyo cartel anunciador ha aparecido de repente en uno de tales viaductos entre dos galerías-. Y ocurre que en el país transalpino, la Autostrada es una Autorratonera: buen asfalto, buena señalización (la asignatura pendiente de sus equivalentes ibéricas)... pero dimensiones poco generosas, comprimidas y con curvas (la mayoría, dentro de túneles) que en Francia estarían limitadas a 80/90. No me gusta: al salir de uno de tales túneles en curva, un coche averiado ocupando el inexistente arcén; de nuevo, el leal 'Antilock Brake System' me ha librado del desastre seguro. 

Luego, claro, están los modos italianos en la carretera: han vuelto las luces largas, los bocinazos, las maniobras agresivas... la impaciencia que me impacienta. Perfectamente homologables a los modos hispanos, uno no conduce tranquilo aquí. Y para remate, Génova: tras el hundimiento del viaducto de Morandi, hace seis semanas, la ciudad ha quedado partida y es obligado atravesarla por el centro, un infierno de dos horas de  atasco mientras caen la noche y los chorros de sudor desde mi espalda, que oigo impactar en los pantalones. Los electroventiladores de la Yamaha, que no han parado durante el atasco, hacen hervir todas las superficies. Y yo empiezo a hervir de indignación y de hartazgo.


Cuando por fin abandono Génova, la autorratonera se hace incluso peor: los radios de curva se hacen más escasos, los peraltes más difíciles, los túneles más largos, y todo el mundo pisa a fondo, enojados como yo por la travesía genovesa. El entorno invita a la prudencia pero la cabeza invita a la enajenación, y me abandono maquinal a sus dictados: sólo quedan 100 kilómetros hasta la cama de hoy, así que me meto en las luces y en la vorágine de la noche, dejando que la rabia administre los 115 cv.

JORNADA 4 - LA SPEZIA-ANCONA (550 KM)

La delirante carrera nocturna de ayer me llevó a turbias y agitadas reflexiones, todavía caliente y excitado sobre el lecho de una habitación que olía a rancio, quizá como consecuencia de años de agrios vapores llegados desde la primitiva pizzería situada en los bajos del establecimiento. Era una reflexión en forma de canción (Pro-Memoria), que resonaba en el casco mientras me las tenía con el atasco genovés, y me hablaba de forma sencilla pero directa de la fragilidad de la vida; tan sólo seis semanas antes, el viaducto Morandi podría haberse hundido bajo mis ruedas, y ahora no sería sino otro más de los cadáveres llorados, víctimas colaterales de sistemas y procesos imperfectos, como toda la manufactura humana: tenemos que morir. Quizá los moteros, siempre conscientes de que nuestro frágil equilibrio descansa en una superficie de contacto con el mundo no más grande que un 'post-it' -dos ridiculos puntos de apoyo que patentizan la diferencia entre la felicidad y la tragedia-, somos más conscientes de la presencia de 'your friend death': nos ronda constantemente.
 
FONDO MUSICAL: PRO MEMORIA - Enlace

Pero sigamos ruta; la A 1 (130/110 en seco/mojado de velocidad máxima, como en Francia) hacia el sur es una señora autopista de excelente trazado, que ocupa una planicie extendiéndose entre la costa a la derecha y los imponentes Apeninos a la izquierda. Una de tales montañas afiladas se observa con su base arrancada a una escala industrial, y a su altura a la derecha aparecen grandes bloques de piedra blanquecina, apilados para el transporte; no me sorprende que la siguiente salida de la autopista se dirija hacia 'Carrara'. Hemos salido de Liguria y hemos entrado en la Toscana, que un día fue el centro del mundo del saber y del arte. 

Hacia Florencia, la autopista gira hacia la izquierda , y traspasa los Apeninos convertida en Autorratonera: vuelven los túneles, los viaductos, las curvas... y desaparecen los arcenes. Y todo el mundo le pisa; los italianos llevan la velocidad en las venas, eso es manifiesto. Pero velocidad no sólo en las autopistas, que es algo 'marca Europa'; me refiero a correr cuando NO hay que hacerlo: de noche, en curvas, en obras, en maniobras de todo tipo... las pirulas son constantes, no importa el lugar. Latinos en su máxima expresión.


Florencia
Tras los Apeninos, el interior italiano aparece  quebrado, pero 'piu bel-lo': lagos esparcidos, montes muy verdes salpicados de pueblecitos como salidos de algún fotograma de 'Novecento'... esta esplendorosa Toscana iluminaría el espíritu hasta del viajero cateto tipo 'quiero-tortilla-de-patatas'. Y poco mas adelante, la visita estrella de la ruta: Florencia. Su 'Piazza del Duomo' aparece llena de chinos, de novias muy guapas en sus vestidos de boda color crema, y de novios muy feos con pajarita.

Florencia
Unas fotos,  un panini, y abandono a los Medicis;  hay demasiado gentío para mi gusto, pero no es por los chinos: en Italia decididamente hay mucha gente, y todos parecen tener coche (o moto). Florencia es un hervidero de scooters que te adelantan como misiles por todas partes, por no mencionar el resto del caos circulatorio. Molto pericoloso.

Hasta Azzaro se corre. De hecho, vamos paralelos a la primera línea de AV italiana, y por ella veo pasar veloces a dos AGVs de 'Italo'. A partir de Azzaro, hacia la costa, el mapa señala autostrada desde San Sepolcro (¡vaya con el nombre!). Es cierto sólo a medias. Se halla en construcción, y es, con diferencia, la peor Autorratonera hasta ahora. Cuando nos desvían por la carretera nacional, grupos de motards domingueros con deportivas japonesas y alguna rugiente Ducati Multistrada te adelantan a escasos centímetros. Casi todos lo hacen en línea contínua, del mismo modo que algunos coches. Cuando por fin se despejan las obras de la autopista (pública, no de pago), está tan bacheada y con tantos badenes que las velocidades son de risa. Mal día para las carreras, e incluso para 
dejar el pegamento.

San Marino
Al rato, San Marino se percibe desde la distancia como algo distinto. Un masivo peñasco que emerge desde la llanura, con una ciudadela fortificada en lo alto. Algo así como un cruce entre Gibraltar y Carcasonne. Sus habitantes deben presentar la mayor incidencia de 'quemaos' del orbe, y en la subida hasta el pequeño país, jalonada de horquillas de 180 grados, me han enseñado sus habilidades. Yo también me he divertido un rato explorando las bondades de las Heidenau, que también las tienen y cada vez inspiran más confianza. Aunque día tras día anochece más temprano, y desde lo alto del peñasco he visto ponerse el sol, tiritando por el frío viento que sopla a esta altura. 

Y los 100 kilómetros que restan por la A 14 del sur, han sido muy diferentes de los de anoche: 3 anchos carriles, radios de curva de línea de AVE, pocas obras (hoy han sido una constante)... maravilloso. Así que, aunque el manual de la Ternera refiere un límite de 130 km/h cuando se circula con maletas... ¡a hacer puñetas!; no sé de qué límite estamos hablando.

Cuando por fin llegamos a Ancona, mi próstata ha empezado a adquirir la consistencia de un higo seco. Y eso son malas noticias, porque a pesar del manifiesto sobrepoblamiento del planeta, no renuncio a ser padre.

JORNADA 5 - ANCONA-BARI (480 KM)

Después de molestar a medio 'staff' -serviciales ellos con el chalado español- del encantador hotelito de Ancona, ayudándome con la moto que anoche aparqué por error con la rueda delantera cuesta abajo -y contra el obstáculo-  como un miserable advenedizo, observo que el  día, por primera vez, amanece prácticamente cubierto. Quizá suene puerco decir que hoy me cambiaré por primera vez de ropa interior, calcetines y camisa; me la trae al pairo, queridos lectores: forma parte de los gajes del oficio del motero solitario, y de la siempre limitada capacidad de equipaje en moto, con lo que uno no puede renovar ropajes cada día. Como efecto colateral, tenemos que en las paradas de atasco o en las glorietas somos obsequiados con unos dulces vaporcillos que suben directos hasta el casco desde el interior de la chaqueta de cordura. Algo parecido al perfume del bacalao al pil-pil pasado de fecha. Y lo disfrutas en soledad, como los gases corporales.

Y hablando de glorietas, las italianas reflejan su idiosincrasia latina y son como las españolas, es decir, no organizadas por carriles, con lo que el caos en ellas siempre está garantizado. Sumando detalles diversos, creo que a estas alturas ya me atrevo a definir el tipo italiano característico, y a afirmar que estos comedores de spaghetti son gente licenciosa y de placeres primitivos y orgánicos: les gusta subir los motores de vueltas, el vino está por todas partes, y el exceso manifiesto de población sugiere una potente inclinación (casi fijación) hacia el sexo: no por casualidad, Italia es una de las potencias mundiales en producción de material pornográfico; para los pocos de vosotros que desconocíais el dato.

Hasta el país tiene forma orgánica, y hoy bajaré siguiendo la cremallera posterior de la bota; a mi derecha, la magia de los pueblos siempre ocupando las crestas, con sus magníficos monasterios e iglesias, y entre los que Loreto se me ha antojado un primoroso ejemplo. A la izquierda, el azul turquesa del Adriático, al que prácticamente se pega la autopista cuando cambiamos de región entre La Marca y Abruzzo. Más allá del azul, mis deseados destinos de viaje.

Se llama Silvia, aunque es italiana. En sus explosivos treintaipocos, está como un queso, y ha comenzado una conversación en la gasolinera de la forma más espontánea; me ha dicho en perfecto castellano (ha vivido 4 años en España, y también en UK y Alemania) que le encanta mi moto, y cuando decide ir a su coche a por el móvil para enseñarme fotos de su alocada etapa motera de juventud, observo que cojea ligeramente. El porqué aparece rápidamente claro en las fotos que me enseña, con tres presencias recurrentes: ella, grandes  fragmentos de lo que fue una Ducati Monster, y mucha sangre. Las fotos son sencillamente horribles. Dice que del accidente salió viva de milagro, y que jamás volverá a coger una moto. Y antes de despedirnos, me aconseja mucha prudencia 'más al sur', donde asegura que la gente conduce incluso peor. Un ligerísimo, casi imperceptible escalofrío recorre mi chorreante espalda.

De nuevo en la ruta, el nombre de un largo túnel me ha hecho soltar una carcajada: se llamaba 'Pedaso', como bien corresponde a su longitud. Pero aunque conducir una moto requiere tener la cabeza dedicada a ello, y normalmente se está a pocas reflexiones, no he podido evitar que el 'Too Scared to Run' de los Uriah Heep se instale como banda sonora de la película de hoy, por lo compartido con Silvia un ratito antes. Las nubes se espesan hacia el sur y la temperatura desciende mientras atravesamos -literalmente- por debajo pintorescos pueblos. La autopista comienza a volar sobre enormes viaductos sobre los valles que bajan desde las montañas. Estas se han hecho masivas, e iluminadas en claroscuro por el sol que se filtra entre jirones de feas nubes, parecen refugio de orcos. Por alguno de esos valles veo subir serpenteando lineas de tren en vía única electrificada, con el alma de los carriles pintada de blanco, como todas en Italia. El hecho requiere una explicación que le viene gruesa a este relato.
FONDO MUSICAL: TOO SCARED TO RUN - Enlace

En el casco huele al picante de los fussili 'extra-hot' de anoche. Las vibraciones continuadas de la Yamaha me están durmiendo el brazo derecho, así que pongo el programador y apoyo el miembro en la bolsa sobredepósito durante largos trechos, mientras van apareciendo cortinas de agua a izquierda y derecha, aunque de momento la autopista no parece en trayectoria de colisión con ninguna de ellas. Un camión revienta una rueda casi inmediatamente delante, y como aprobé el carnet de moto a la primera, me entretengo casi divertido esquivando los restos del desastre en zig-zag... aunque alguno de los pedazos grandes me ha hecho sudar en la esquiva; al final, el asunto no ha resultado ni simpático ni gracioso.

Y sobre la visera ahumada se deshacen ahora 
tímidas las primeras gotas del viaje, aunque no es nada que deba preocuparme, sino antes al contrario: puede que sea un 'freak', pero conducir en moto bajo la lluvia siempre lo viví como un puro deleiteUn surrealista paisaje de extrañas formaciones, productos seguramente de minería abandonada, rompen la monotonía gris de la ruta y me sitúan de nuevo en Mordor. Y ese gris adquiere progresivamente tonalidades de marrón y negro, y comienza un viento impertinente que me agota los brazos al ir tumbando a la ternera y agarrando con fuerza el manillar para contrapesar sus embestidas. La parada de gasolinera para ponerme el traje de agua es de necesidad, y desde ella veo en la cercana estación un tren de mercancías detenido mientras le adelanta un ETR 500 clásico en su marcha hacia el norte. Me pregunto si en él viajará un zumbado español cargado como un burro con platos de batería 'Turkish' e 'Istambul', a su vuelta de Turquía... tal como fue el caso hace ya 16 años. Cómo pasa el tiempo.

Poco más adelante, lo que se veía venir: el azote del viento se hace terrible por momentos, y la lluvia pesada y a ráfagas acude en su apoyo para hacerme pasar un mal rato. Huele a almazara y a barro, y el sufrimiento se instala en la ternera desde el faro hasta la matrícula: esto es el infierno del motero, aunque no tanto por el agua como por el huracán. Me obligo a resistir y no parar -al fin y al cabo quedan sólo 80 km para Bari-, tal como he hecho en otras ocasiones en el pasado...

NORTE DE ESCOCIA. NOVIEMBRE DE 2.015. 'A las 2.30 de la mañana las tendremos encima de nosotros', me asegura el locuaz recepcionista del hotel tras consultar un sofisticado programa de ordenador de localización de auroras boreales. 'Esta va a ser por fin la mía, a la tercera va la vencida', me digo eufórico y sonriente. Aunque también me advierte de que una profunda depresión comenzó ayer a golpear la costa oeste de la isla, y que avanza rápido hacia el este. Ruego mentalmente que no sea demasiado rápido, porque a las 2.30 estaré esperando en el lugar de avistamiento indicado por el del hotel, 35 km al norte, un lugar en ausencia de contaminación luminosa de sitios habitados. 

ENLACE: AURORAS BOREALES

Mierda. No sólo se nubla progresivamente mientras en la fría madrugada avanzo hacia el sitio, sino que ya en él empieza tímidamente a llover, justamente a las 2.30. Otra vez; otra puta vez una miserable cortina de nubes se interpone entre mi anhelo y yo, como me sucedió en Trömso dos años atrás (el intento frustrado de Terranova lo fue por otras razones). La lluvia empieza a ser pertinaz, y de repente el temor reemplaza a la ira -con la que he maldecido repetidas veces al Dios del Trueno por fulminar sin piedad mi  sueño de contemplar las 'Northern Lights'- al descubrirme en moto, sólo, en una noche de perros, y en un sitio alejado de toda civilización. La vuelta al hotel ha sido como si me persiguiera el mismo diablo.

Y al día siguiente, y según lo predicho por el asqueroso ordenador, la tormenta perfecta se fue acomodando en el este, dándome severas palmadas desde Wick hasta Inverness, y auténticos e inmisericordes bofetones desde la salida de ésta última hasta Edimburgo, donde se encontraba mi hogar temporal. Cuesta describir las dificultades, el miedo, y el intenso desasosiego experimentados hasta que logré hacer rueda en mi querida y oscura capital escocesa. El cruce del viaducto sobre el 'Firth of Forth', cerrado ya a esas alturas de la tempestad al tráfico de camiones -y muy poco después a todo tráfico-, y en el que los poquísimos coches que se atrevieron a cruzarlo -a velocidades tan ridículas como la mía- me hicieron espacio por delante y por detrás, sin duda para no perder detalle sobre cómo el loco de la moto grande acababa sus días en el fondo de las negras aguas del estuario... ese cruce no lo hice solo: conmigo cruzó La Angustia Que Arranca Sollozos. 

Vomité al rato, y era pánico líquido.

LAXFORD BRIDGE. Noviembre 2015

De vuelta en Italia, y ya embutido en la trama urbana de Bari, descubro que Silvia tenía razón; superada la agitación del temporal, y tras el enésimo resbalón de puesto de peaje (¿siempre tiene que haber manchas de aceite mierdoso esperando el resbalón en los puestos de peaje?) que casi ha logrado dar con mis huesos en el suelo, la inquietud persiste al tener que entendérmelas con enjambres de motillos de 2T montadas por imbéciles imberbes (muchos de ellos sin casco, como si estuviéramos en un país del tercer mundo) que me pasan por todas partes y se cierran constantemente delante mío. Súbitamente, siento urgencia por dejar el país y alejarme de sus formas en la carretera. Iluso de mí, todavía no imagino lo que está por venir al otro lado del Adriático.

Y ya por fin, y tras 2.700 km, veo las primeras matrículas albanesas, a punto de abordar con un punto de inquietud el 'ferry': abandono la seguridad y el confort de la madre Europa, y cruzo el charco hacia lo desconocido, hacia lo que hasta hace poco fue oscuridad y hermetismo, hacia la muralla sin fisuras, hacia la encarnación de la guerra fría... hacia el pasado.¿Seguro?

¡Pero qué coño! Las gentes que veo entreteniéndose con sus teléfonos móviles, compartiendo cervezas y risas en la cola del barco, parecen terrícolas perfectamente homologables al resto. Entonces, ahora sí, exhalo un hondo suspiro de satisfacción -al que no son ajenas las dificultades de la ruta de hoy-, porque parto...hacia el exotismo, hacia la aventura, hacia la emoción.

Hacia Albania.

FONDO MUSICAL: SWEET EMOTION - Enlace



FAROS HACIA ORIENTE:  FIN DE LA PRIMERA PARTE. 



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UN APUNTE MÁS...

Action, not words! Llega la parte visual del Blog: una imagen vale más que mil palabras. Alcanzada ya la meta balcánica, mi Nikon y sus hermanas menores entraron en celo y sus diafragmas se abrieron una y otra vez... sin descanso para las baterías.
Progresivamente las imágenes y, especialmente, los vídeos serán los mejores relatores de esta aventura y hablarán de forma clara de los fines del viaje.

SEGUNDA PARTE:  FAROS HACIA EL NORTE 
(LOS BALCANES)

‘EL ANDAR EN TIERRAS Y COMUNICAR CON DIVERSAS GENTES HACE A LOS HOMBRES DISCRETOS. NO HAY NINGÚN VIAJE MALO, EXCEPTO EL QUE CONDUCE A LA HORCA’ 

(Miguel de Cervantes Saavedra“)


JORNADA 1 - DURRES-DURRES (170 Km)

Ayer salvé el ojo izquierdo de milagro cuando en una apertura de visera para evitar la formación de vaho en el 'pinlock' (diabólico invento, al menos el instalado en mi 'Shoei'), durante lo peor de la tormenta, un miserable gusarapo alado vino a estrellarse sobre el párpado inferior del ojo que no es bizco, desparramando sus restos y sus fluidos picantes por el globo ocular. El escozor y los movimientos del barco a consecuencia de la borrasca de ayer, que nos ha perseguido implacable por todo el Adriático, han sido suficientes para reventar por completo el sueño a bordo. El  olor a cena regurgitada extendiéndose por las cubiertas fue lo último que recuerdo al retirarme a mi lecho marinero.

Aunque las impresiones al tocar tierra a primera hora de la mañana son buenas: tras un mínimo control de pasaportes y equipajes, y unas breves preguntas, una soleada costa inconfundiblemente mediterránea me recibe plácida y calurosa. Inspiro profundamente mientras desde la cabeza a los pies me recorre un sordo relámpago de alegría (vieja y conocida sensación motera tras llegar a la meta). Y me siento libre y autónomo al pegar en las maletas el escudo de Albania que compré por la noche en el barco, mientras contemplo satisfecho y pleno en mi cuerpo de viajero de las dos ruedas el poco espacio que queda ya en ellas para más pegatas.

Durres
Camino del hotel, observo perros callejeros de expresión triste, que me recuerdan que no estoy en la opulenta Europa occidental. La estación de tren está de camino, y es una ruina post-estalinista casi inexistente, en la que unos pocos coches llenos de 'grafitti' dan la impresión de no haberse movido de ahí durante años. Por la noche incluso encontraré una locomotora muy soviética parada en la sencilla playa de vías, tan poblada de matojos y hierbas que más bien parecerá una locomotora de las de exhibición en pedestal. ¿Dónde estarán los railes? 

Estación de Durres
Dos horas de descanso en el encantador hotelito al lado del mar, para recuperar energías, y a la ruta. Lleno en una gasolinera que se llama 'Kastrati' (las 'repsol' albanesas, están por todas partes), y aunque en ella coincido con la primera moto gorda que veo en Albania -y que resulta ser otra Superternera blanca e inmaculada-, pago y me alejo a toda prisa del lugar, no sea que se me pegue algo. Yo soy muy macho

Dejando el Adriático a mi espalda, que empieza a cubrirse de nubes oscuras, enfilo hacia Tirana por la autopista, con un fondo de montañas muy altas al frente, detrás de las cuales se halla un país cuyo nombre inmediatamente suscita inquietud por algunos  luctuosos hechos no tan lejanos en el tiempo: Kosovo. (ENLACE: EL TREN A KOSOVO - TREN A ISFAHAN)  

En cuanto a la 'autopista'... ¡y pensar que hace sólo 3 días me quejaba de las Autostradas! Tiene dos carriles, sí. Tiene arcén, sí. Y hasta ahí llegan las coincidencias, porque es un vial bacheado, sin cerramiento, y con presencia intensa de actividad terrícola y muy, muy cercana al arcén: maniobras de coches que reculan, ciclomotores, animales diversos merodeando o tirando de carros, vehículos de todo tipo que entran y salen a velocidades ridículas... se impone extremar la precaución, está claro. No diría que corren mucho -salvo el ocasional chalado en su Mercedes tope gama-, pero son indisciplinados, al modo árabe; porque si, hay mucho de árabe en Albania, un país a medio construir, como sus homólogos de Oriente Medio, con gente en la calle haciendo vida envuelta en una sinfonía de voces y gritos acompañados de gestos enérgicos. Las rotondas son mucho más caóticas, si cabe, que las italianas. Veo minaretes y mujeres cubiertas con pañuelos. Pero también bellezones de rotundos rasgos eslavos... todo muy curioso y rompedor. 
Tirana
Tirana parece una ciudad con poco que ofrecer, aunque se impone al menos la visita a la gran plaza central Skandenberg, que lleva el nombre del héroe nacional que se rebeló contra la ocupación otomana. En la plaza conviven murales de credo comunista, hoteles de 5 estrellas de cadenas occidentales, y grupos nutridos de japoneses sacando fotos de todo. Al atravesar la ciudad por el lado sur, veo barrios residenciales con hermosas casas en las colinas, y mucha suciedad en el entorno como contraste, en forma de basuras y plásticos desperdigados. Bien, puedo lidiar con eso, he vivido en el pasado en Arabia Saudí, la campeona mundial de los plásticos en las calles... y de las negras estadísticas de víctimas de la carretera (hasta 17 muertos diarios de promedio); un país que representa la escuela suprema de conducción a la defensiva, tras la que ya casi nada asusta en la ruta. Casi.

Abandono Tirana por la magnífica autopista de Elbasan; magnífica... cuando la terminen, claro. El vial es compartido con los vehículos de sentido contrario, y en un determinado momento, al centrarme de nuevo en la carretera tras  apagar la Go-Pro -me había dejado la tarjeta SD en el hotel-, repentinamente me veo en trayectoria de colisión con un imbécil que ha invadido mi carril. Casi ni me ha dado tiempo a dedicarle recuerdos a su familia, porque toda la atención se dirige al corazón, que pugna por salirse del pecho; es el primer susto, y me pregunto cuántos más me esperan en el país. 

Tras esa brusca toma de conciencia de la realidad de las carreteras 'buenas', las obras me dirigen hacia la carretera 'mala' (la antigua), que no es mala, sino sencillamente horrorosa: bacheada, brillante, con curvas que dan sustos continuos... al menos, el túnel de base de 2'6 km para cruzar las montañas está acabado, y al otro lado, un pequeño trecho de autostrada en toda la regla; aunque dura poco: antes de volver al doble sentido de circulación, las señales de limitación de velocidad comienzan una terrible secuencia descendente 110-90-80-60-40-20-10... una señal más y tendré que aparcar la moto;  joder  qué brutos.


Atardecer en Elbasan
La carretera está vallada, sí, aunque en el arcén hay gente andando y puestos de venta de fruta (una constante balcánica de reminiscencias moras). Por fin, llego a Elbasán, extraño lugar sede de una planta siderúrgica semi-abandonada, que ocupa kilómetros y kilómetros cuadrados,  con sus cristales rotos y sus chimeneas mordidas. Ella sola parece haber sido capaz de dar trabajo a la mitad de la población albanesa. Es un entorno muy soviético, que le pone al paisaje un punto nostálgico. A estas alturas, hace rato que me encuentro en la Albania profunda: viales de guerra, viejas con pañuelo en el pelo y viejos con gorra, de tez agitanada, muchos perros vagabundos... al menos, la carretera hasta Rrogozhine está bien, pero no se puede bajar la guardia, porque los dos arcenes aparecen tomados por puestos de fruta, bicicletas y peatones en cualquier sentido. 

Pavos en las vias
Contemplo pastores de pavos ruidosos sobre las vías abandonadas del tren, y grupos de niños descalzos que me silban al pasar y me hacen señas. La superternera debe parecer una nave espacial en estos lares; aquí sólo parece haber motillos 'Made in China', siempre en grupos de dos y siempre con sus pilotos sin casco. En la estación de Rroghozine -en la que he estado a punto de hacer el ridículo tras rozar la caída en una tonta maniobra-, rebaños de ovejas, gatos... y más basura, por supuesto. Veo también carros cargados de paja en la carretera, tirados por... hombres; y aunque las casas unifamiliares no parecen de mala factura, esparcidas según el esquema de población dispersa tan centroeuropeo, auguro que el cuadro de moderadas pobreza y decrepitud va a ser el signo de identidad de este país.

Durres es otra cosa. Con su larguísimo paseo marítimo lleno de restaurantes y de salas de juego, parece una abducción de Marbella en la costa adriática. Y es un placer recorrerlo hasta quedar sentado delante de una cerveza bien fría en la terraza del hotel.

JORNADA 2 - DURRES-DURRES (420 KM, UNA BARBARIDAD EN ALBANIA!)

Si en Italia miraban la moto y me hacían señas, en la Albania profunda como la vista ayer, la ternera es todo un espectáculo. Ello no ocurre en la ciudades, exactamente lo contrario de lo anterior en cuanto a paisaje y paisanaje. Así pues, una Albania bipolar espera al turista o viajero, una curiosa sopa de país, hecha de ingredientes rusos, italianos, musulmanes y balcánicos -en definitiva, oriente más occidente-, y que muestra ese  agudo contraste entre el mundo rural y el urbano. Quizá es una señal de la proximidad de Asia, donde ese contraste es un rasgo de identidad.
Berat
Como consigna para hoy: evitar rutas nocturnas. Ayer, la vuelta por la 'autopista' hasta Tirana en la oscuridad no tuvo nada de agradable. Y voy a mantener los antiniebla PIAAs permanentemente conectados, que acojonan bastante cuando te acercas por detrás. Me veo obligado a ganarme el respeto circulando, si no quiero tener serios problemas. Porque aquí la cosa de la carretera es, según me informó ayer la guapa  recepcionista del hotel: 'todos aprendemos las normas de circulación, pero el lema nacional es "haz lo que te de la gana". Así que, ya que vamos de citas, 'donde fueres haz lo que vieres'. Yo también.

Berat
Berat es sencillamente preciosa. 
A su entrada, la gente voceando por las calles y un par de ambulancias  a gran velocidad con luces y sonido de emergencias, me preparan para la contemplación, espantado, de las consecuencias de un accidente reciente: un ciclomotor 'made in china' doblado debajo de un autobús, sobre un charco de aceite y sangre... mucha sangre. Visto lo visto hasta ahora, la verdad no me extraña nada. 

Berat
Y no sé si como consecuencia de la escena, en Berat me ha dado un bajón de cansancio, malestar e incomodidad. Para superar el bache y la carretera de tiempos de guerra que me ha tocado hasta el siguiente destino, me quito la chaqueta y me dedico a aterrorizar a los nativos con el 'Pan-panamericano' que vomita el equipo de música de la ternera por primera vez. Con la media de 30/40 km/h en la que me muevo, me resigno un poco contrariado a no contemplar jamás las bondades de la 'Riviera albanesa', situada mucho más al sur, y que resultará imposible de alcanzar a estas velocidades. Parada de café, y visita al baño, con la contrariedad de la taza turca y la manguera para limpiarse el ojete. Joder.

En el paisaje rural, es una constante el humo de quema de rastrojos (o vaya usted a saber también qué) por todas partes. Muchas veces molesta la visibilidad y el olfato, con su olor acre, cuando te cruzas con tales nubes por la carretera. Más rebaños de pavos con su pastor, puestos de venta de gallinas enjauladas, y policía; bastante policía, pero inofensiva, contemplativa y sonriente. 

Complejo de Ballsh
Llego a Ballsh, el complejo industrial-ferroviario que vengo buscando, que es en realidad un enorme campo petrolífero salpicado de industrias estalinistas herrumbrosas, algunas de cuyas chimeneas todavía humean. Un grupo de gente andando por las vías oxidadas del tren hacen 'vías verdes' a la albanesa, mientras en las laderas observo refugios antiaéreos en forma de cuevas excavadas en la roca. La paranoia de la guerra fría, todavía visible. Tras un collado cuyas faldas aparecen moteadas de pequeñas torres de extracción petrolífera, la mayoría de las cuales tienen la maquinaria parada, el paisaje se torna espectacular, africano, con un río que presenta una enorme llanura de inundación serpenteando entre las elevaciones. Diríase que estoy en el Rif marroquí. 

Y, como si pronunciar este  nombre  hubiera de traer una maldición 'off-road', al iniciar el descenso por una carretera que el navegador identifica como de primer orden... veo con inquietud que el firme se va degradando, estrechándose y retorciéndose hasta albergar apenas anchura para un automóvil. El TomTom sigue obstinado en dirigirme por tal carretera, que pronto pierde su nombre: cesa el asfalto, y se cae progresivamente hacia abajo de forma que a partir de un momento, el giro y el retroceso se antojan imposibles. Rompo a sudar cuando aparecen piedras en la traza -pedruscos feos cada vez más grandes-,  y un arroyo se une a la pista desde las alturas; esta se ladea ligeramente hacia la derecha, y a bordo de la ternera se disparan el descontrol y el sufrimiento. Abro como puedo la pantalla que se empieza a llenar de gotitas, exponiéndome con ello a sufrir ensartamiento de globo ocular por alguno de los numerosos arbustos medianos y pequeños árboles que jalonan la pendiente; de reojo, las lámparas del ABS/TCS encendiéndose sin parar, al tiempo que me atrapa el caos de la bajada y pierdo la compostura, mientras desde los bajos de la moto llega una sinfonía de ruidos y  golpes duros. 

Los siguientes cinco km hasta el cruce, figurarán ya para siempre y con seguridad entre los más salvajes de mi vida motera, montado en una bestia de 300 kilos que lucha con ímpetu por descabalgarme, un animal sólo controlado por los elementos. La angustia está a punto de hacerme reventar las venas, y le grito al vacío albanés cuando me veo con horror empujado hacia una zanja -el traumático fin de la aventura balcánica, me dice el fogonazo que atraviesa mi cabeza- de no menos de 70 u 80 cm. Caigo con enorme estrépito, haciendo tope con todas las suspensiones... y vuelvo a salir. Estoy soñando. Era imposible salir del hoyo. Imposible. Las Heidanau, las benditas Heidenau me han sacado. Yo no he sido.

El final de la pesadilla
Pero no ha terminado. Cuando me creo ya a salvo, vuelve a empeorar. Los sollozos dentro del casco ('¿cuando te acabas de una vez, de una puta vez?') le hablan en primera persona a este infierno de zanjas, piedras y barro. Los hectómetros caen desesperadamente lentos (1.7, 1.6)... pero al fin veo el cruce de la autoestrada, y la  agonía toca a su fin. Estoy deshecho, me duele todo el tronco y las muñecas, tengo rasguños de matorrales  en los antebrazos, una zapatilla rota, y el sudor empapa todos los ropajes y la guata interior del casco. Paro en la cuneta, enfrio la sangre como puedo, y  compruebo con asombro que la SuperT tan sólo tiene algunos arañazos; una BMW GS se habría dejado los cilindros 'boxer' en la zanja, sin duda. Repentinamente, un impulso, un rayo de alegría me atraviesa todo el organismo, y rompo a reír como un desquiciado, todavía con el corazón desbocado por la lucha entre la angustia y la fascinación por haber salido entero... porque me niego a imaginarme lo que habría supuesto no haber salido entero, en la desolación de los montes albaneses. En este momento, y aún con todo lo que me espera por delante, me atrevo ya a afirmar que esta aventura será la referencia suprema del viaje, la que marcará un 'antes' y un 'después' en esta ruta.
Girokaster
Aunque todavía el reto es llegar a Girokaster, y la exaltación por lo vivido me va a llevar a ella en volandas, henchido de exultante optimismo y con unas tremendas ganas de vivir. En la obligada parada de coca-cola, cuando ya las pulsaciones han vuelto a la normalidad, la adolescente que me atiende sin duda es una de las mujeres más hermosas que jamás haya visto. Al ratito, la recoge su novio imberbe en un rugiente BMW de tercera o cuarta mano, y se alejan del lugar derrapando. Yo, sin derrapar y tras apurar el refresco, también lo hago, más-turbado si cabe que cuando hice rueda en el muy digno bareto de carretera en el que reinaba la afrodita albanesa. Y la ruta ha merecido la pena, decididamente, porque Girokaster es una linda ciudad entre las montañas. En la subida por adoquines empapados, sin embargo, el TCS ha vuelto de su letargo, y en varias ocasiones los patinazos casi me han asustado. Peroo... estimado motard, después del suplicio de hace un par de horas, ¿miedo a unos patinazos ahora?

Y nunca falla: siempre hay un precio a pagar por consumar retos. Aunque toda la intención era negarme la conducción nocturna, tendré que afrontarla en la vuelta hasta Durres,  que habría sido un caramelo (albanés)... si no hubiera sido por la travesía de Fries, a la que te obliga la inacabada autopista que rodeará la ciudad en el futuro: obras constantes, camiones de carga sin luces traseras -convertidos de ese modo en obstáculos que aparecen en la trayectoria repentinamente-, que con sus pérdidas de áridos crean una  resbaladiza película de barro líquido que borra cualquier marca o referencia de la carretera, gente cruzando y deambulando por cualquier parte de la misma... gente, gente y más gente. Por supuesto, circulo con la visera cubierta de suciedad y salpicaduras de barro, que al intentar limpiar con los guantes acaban por convertirla en opaca... en suma, un horror de episodio nocturno, donde el indicador de peligro no ha salido de la zona roja en ningún momento. La bruschetta, la cerveza y el carpaccio de pulpo me los tengo, esta noche, bien ganados a la vuelta al hotel. Soy un fantasma de mi mismo.

JORNADA 3 - DURRES-SKHODER (140 KM)

Como era previsible, la noche también ha sido convulsa y sudorosa, y he derramado en sueños la sangre de los tres escolares bien vestidos a los que ayer -visto lo poco amable que se muestra conmigo el TomTom en este país-  pregunté por la ruta. En su inocencia (o  perversidad) infantil, me dirigieron hacia la bajada de la pesadilla, y todavía deben estar riéndose. Dejad que los niños se alejen de mí.

Aunque la mañana ha empezado bien, tras confundirme en los baños del vestíbulo e invadir el de señoras (juro que sin propósito!), donde una de las guapas recepcionistas se estaba poniendo el uniforme... pero no había acabado aún. Me he excusado en español, y la he dejado asfixiada por el rubor. Así que, lubricada la moto y lubricado yo, me meto en la ruta tras cargar las maletas, despidiéndome de Durres tras sortear a un pobre desharrapado que deambula en su silla de ruedas pegado a la mediana de la avenida que conduce a las afueras.

Conductores albaneses
El tiempo es amable, aunque la carretera despista a las Heidenau con sus marcas longitudinales, que aparecen durante largos trechos. Más tarde las bautizaré como 'rizados balcánicos', de tan profusos que son en la región, y que tienen su explicación en el estado de las carreteras en obras previo a la renovación del firme asfáltico. Salvo los ocasionales chalados que no ven las líneas continuas en los adelantamientos, no conducen deprisa, pero su idiosincrasia medio rusa (como animales) medio árabe (sin conocimiento), el estado de los viales y de parte del parque de vehículos... hacen de la conducción en Albania, especialmente la nocturna, un ejercicio de alto riesgo; aunque a estas alturas, he sobrevivido a la conducción en 34 países (incluyendo 20 islas) de los cinco continentes y, por supuesto, no pienso sucumbir aquí.

Kruje
Kruje
Kruje es un agradable y obligado destino, un clásico albanés con su bazar donde resuenan las tonadas moras, y su castillo lleno de drones, bodas y escolares ruidosos. La subida ha sido dura, detrás de autocares y camiones a 10-15 km/h, con muchas horquillas de 180º y ocasionales adelantamientos en línea contínua y sin visibilidad de algunos bastardos motorizados. Se me erizan los cabellos (figuradamente) al pensar que bajando me podría encontrar a alguno de estos enfermos de frente, impacientes como italianos, y que corren normalmente donde no debe hacerse, es decir, en sitios como este y en las ciudades, cuyas travesías se convierten en eternas. En todo caso, es esta una curiosa gente, hecha de europeos con disciplina eslava, cultura italiana y modos árabes: pizzerías, mezquitas e iglesias están por todas partes, del mismo modo que los nativos, que emplean las calles de modo ruidoso y activo, dando voces, gesticulando, bromeando, vendiendo, comprando y ocupando las aceras con terrazas donde se bebe de todo, en una absoluta mezcla de razas y tonos de piel. A juego con ello se sitúa el paisaje, a veces cuasi-suizo, a veces gallego, a veces mediterráneo y siempre muy, muy africano
 
Lezhe
El TomTom en muchas ocasiones no indica limites de velocidad.... ni peculiaridades locales del tráfico. Así que, tras varios retrocesos por carreteras cortadas, llego a la estación de  los HSH de Lezhe, donde veo la llegada de un tren de viajeros a paso de caracol, por unas vías que se hunden en la tierra. Lo conducen dos abuelos que fuman asomándose a la ventanilla y que paran el diésel justo cuando detienen el tren... extrañas costumbres ferroviarias estalinistas. Los escasos pasajeros que descienden y suben a los destartalados coches de cristales rotos, portando enormes bultos embalados en plástico, no son muy distintos del barbudo que veo rebuscando en los cubos de basura al otro lado de la estación, cuyo conjunto y cuya actividad muestran una deprimente sordidez, aunque a nadie parece importarle la presencia del calvo de la moto.

Skhoder
Skhoder
Skhoder es un delicioso lugar, también con un castillo -dedicado sobre todo a conciertos-, y su enorme lago, con las montañas del otro lado que ya pertenecen a Montenegro. De aquí parten dos carreteras internacionales, la de la derecha (que no tomaré al dejar el país) anuncia las distancias a Zagreb, Ljubliana, Viena y Berlín. A sus orillas encuentro un magnífico restaurante -de idílica terraza iluminada parcialmente con velas- para cenar (y para algo más, de haber venido acompañado), aunque a la vuelta, la conjunción de las cervezas, la pantalla del casco rayada desde el paseo nocturno de la jornada anterior, los perros que ocupan las glorietas con césped y se cruzan constantemente por cualquier parte -imitando a las personas, claro-, y los coches y motillos sin luces traseras que se incorporan delante tuyo sin orden ni concierto, han hecho de la vuelta al hotel (a unos 5 km dirección norte) una nueva odisea nocturna. Me voy acostumbrando y casi he llegado a disfrutarlo, entre melodías del desierto y perfumes de carne a la brasa.

JORNADA 4 - SKHODER- SKHODER (150KM)

Hoy será un día especial: la visita al renombrado lago Komani, que es según las guías de viaje el segundo recorrido acuático más bonito del orbe, después del 'Hurtigruten'. Podré juzgar las posiciones relativas esta noche, aunque batir  en esplendor al recorrido del infatigable Ferry costero noruego no parece muy realista en el universo conocido. Puedo dar fe.

Cuando abandono el hotel veo tresrelucientes Hondas 'Goldwing' 1500 con matrículas húngaras y sus equipos estereofónicos, sus asientos de 'theater' norteamericano, sus cromados y sus cuadros de instrumentos de Airbus 380, donde se puede controlar desde la presión de las ruedas hasta la inclinación de los faros. Sólo les falta el condensador de fluzo. Cruzamos unos saludos y unas palabras de camaradería y los veo salir hacia el sur, con lo que deduzco que ahora empieza su aventura albanesa Pobrecitos, por delante les esperan carreteras secundarias, terciarias, cuaternarias y pérmicas, en las que estos armatostes de más de 30.000 euros se convertirán en montones de chatarra. Estoy por advertirles, pero me podría llevar la etiqueta de pedante, así que les deseo lo mejor... y mucha suerte. La van a necesitar: este país puede ser el Hades de cualquier motero.
Komani

A la entrada de Skhoder, observo un cementerio muy inglés, oscuro y gótico. Los gatos y los perros están por todas partes y, de nuevo, el cruce de la ciudad -incluso de día- es otra incursión en el averno motero: el lugar es un permanente mercado callejero, en el que contemplo con repugnancia a gallinas sufriendo atadas de sus patas en racimos, o hacinadas en jaulas minúsculas. El trajín de toda clase de bestias (humanas incluidas) parece durar las 24 horas. 
Komani
El TomTom, a pesar de los 100 eurazos pagados por los mapas de este extraño rincón de Europa, sigue obtuso como desde que ingresé en el país, identificando como carreteras de primer orden a viales que en Galicia serían de servicio a fincas particulares. Así, no es de extrañar que cuando por fin enfilo por la carretera principal de  Komani descubro que es... la 'carretera principal' de Komani: una cinta pardusca llena de trampas, en la que nunca sabes donde acecha el siguiente bache, escalón, parche de tierra o agujero que, de no ser anticipado, te depararía unos cuantos huesos rotos y una horquilla quebrada chorreando aceite, tras un vuelo no deseado de varios metros. 
Shala River
Los surcos longitudinales hacen bailar a la ternera como un barco en marejada, y en las curvas te escupen hacia fuera (a estas alturas no me atrevo a culpar a mis 'Heidenau-ángel-de-la-guarda') Ni siquiera el atractivo turístico del lago -en realidad, embalse- ha hecho llegar el presupuesto para mejora, salvo en el túnel de acceso al minúsculo embarcadero. La compensación viene desde el lado del fantástico paisaje que jalona el recorrido de garganta.
Komani
Tras el túnel lleno de filtraciones, llego al embarcadero. Me comunican que el Ferry diario ha partido ya (en contra de lo que apuntaba mi guía, que advertía también de la irregularidad e inconsistencia del servicio de ferries, muchas veces 'a demanda') hacia Fireze, a donde es posible llegar en moto tras una difícil ruta de montaña, y que la única posibilidad de navegar es alquilar un bote de turismo. Encadeno la ternera, suelto un par de billetes de 50 ('only cash, Sir') y me acomodo para las siguientes dos horas en un cascarón con un motor fuera-borda ligero que no tomará la ruta de Fireze, sino que se desviará a la izquierda en algún momento, entre farallones, hasta el paradisíaco lugar de 'Shala River', sensiblemente la mitad del recorrido del ferry regular. La vida en el entorno de rio es fascinante, con gentes que viven sólo conectadas mediante lanchas con el mundo exterior. Lo sorprendente es que el timonel-patrón-guía no ha dejado de hablar ni de mandar mensajes con su teléfono en toda la mañana. Incluso, en un momento determinado ha recogido a un tipo que le ha llamado, en medio de la nada. Flipante. 
Komani
Ferry de Fireze
A la vuelta, adelantamos al servicio de ferry a su vuelta de Fireze. Trae muchas BMW GS 1200 y alguna maxi-trail italiana. Al contemplarlos con envidia poco reprimida, no puedo más que preguntarme que delicias prohibidas habrán saboreado esos colegas de la ruta; Fireze es ya en mi cabeza uno de esos nombres exóticos, como Dakar o Tombuctú, que quedarán como metas idealizadas y nunca satisfechas.
De regreso a Skhoder con la moto, me he comido un serio atasco, del tipo de los que parecen no avanzar nunca, por reasfaltado de la carretera. Cuando por fin cesa y podemos circular a velocidad 'normal' (20/40 km/h), veo otra ambulancia, otra camilla y otra moto tumbada sobre el asfalto. Hay prisas entre los facultativos que se agitan en torno al bulto antropomorfo, así que para despistar los mórbidos pensamientos conecto la música, que a estas ridículas velocidades resulta hasta audible. 

Antes de llegar a Skhoder, el cielo se cae sobre mi cabeza, del modo en que llueve en la Europa de allende los Pirineos: como si lo tiraran a cubos. Aunque no ha durado mucho, me he calado hasta los gayumbos ('serán cuatro gotas', nos consolamos típicamente los moteros por no iniciar la molesta operación de puesta del traje de agua). En la estación he llegado a fotografiar a un tren de viajeros -con la omnipresente diésel rusa en cabeza- recién llegado, entre la impertinencia de un grupo de mocosos que no cesan de increparme y de intentar hacer blanco en la moto con su balón. Angelitos.

Estación de Skhoder
El castillo del lugar se llama  'Ruzafa', y habría sido una agradable visita entre dos luces si no hubiera sido por el acorchamiento de las partes nobles debido a la humedad, y del susto al arrancar la moto, aparentemente muy escasa de batería... aunque el indicador de 'leds' me dice lo contrario. Y en la oscuridad de las callejas al pie del castillo, he tenido que pedir información para salir del laberinto, un poco aturdido por los estímulos de la jornada. Dos mozalbetes con ciclomotores 'Made in Iran'(y sin casco, como es la norma) me han abierto la ruta hasta la salida de la ciudad, al modo amable árabe, y encantados de ayudar a su hermano mayor. Lo recuerdo de otros episodios del pasado en diversos países de la media luna.

Tras la cena con bruschetta y deliciosos maccaroni (que pago con euros, aceptados como los dólares sin problema en cualquier parte del país), le adoso las maletas a la ternerilla y subo hidraúlico y muelle a las suspensiones; mañana esperan nuevas emociones, de signo muy distinto a las de hoy.

JORNADA 5 - SKHODER POGDORICA (160 KM)

Tras el desayuno, los húngaros de los paquebotes se van hacia el norte; yo también. Cabalgamos juntos al trote hasta Koplik, donde el desvío de la izquierda les devolverá  con sus gitanos, y el de la derecha me llevará hacia las montañas de la ruta de Kosovo. Tras mi postrer  bocinazo de despedida, juraría que he visto salir desde sus cascos, ligeramente vueltos hacia mi, los rayos fulminantes que todos conocemos de los tebeos de Mortadelo. Y juraría también que eran de envidia. Puedo adivinar que en la edición magyar del 'milanuncios', mañana encontraría alguna reseña del tipo 'Se vende Goldwing seminueva, apenas mancillada por carreteras albanesas...' 

El TomTom decididamente se ha convertido en mi enemigo en este país. Hoy se ha empeñado en dirigirme por pistas y rutas infames, y por momentos lo ha 
conseguido. Así que, poco después, y tras 10 km de giros de 180 grados y poco futuro por delante, he preguntado a unos leñadores, que con su amabilidad albanesa me han indicado el retroceso hasta la carretera del valle, la que debo seguir. Su firme no es malo, 
con ocasionales trampas, pero es muy estrecha. Finalmente acaba por retorcerse y plegarse en multitud de horquillas. El paisaje de orogenia alpina es arrebatador, con montañas muy verdes y muy escarpadas, y llego fascinado y en volandas hasta una divisoria de aguas con un imponente mirador hacia ambas vertientes. Aquí acaba el asfalto y, aunque la pista que continúa no es mala, me informan de que son 16 km hasta Theth, y otros tantos de vuelta. Mas de lo que mi ajustado tiempo me permite, así que desisto de la progresión con pena. En algún lugar de la cuesta arriba, el totalizador de la ternera ha llegado a la simbólica cifra de 50.000 km, y en algún lugar de ahí abajo, una pista de tierra y pizarra te lleva a través del hechizo de las quebradas hasta el embarcadero de Fireze. El nombre es ya leyenda.

Las montañas de Theth
Mirador de Baron Nopcia
Antes de iniciar el descenso, me tomo una coca-cola contemplando desde el puerto un mar de montañas y valles, y a un grupo de nativos celebrar Dios sabe qué con mucho vino. Como el volumen de sus cánticos exóticos está empezando a maltratar mis oídos rockeros, invierto ruta e inicio raudo el descenso, en el que por momentos me ha atacado el tan conocido mal motero del 'calentamiento de hocico': la carretera es estrecha, si, pero el asfalto es imponente, y las curvas invitan a la enajenación transitoria. Una pareja de suizos en furgoneta, asustados, casi se caen al barranco para dejarme pasar, y varios grupitos coloridos de maxi-trails, entre las que veo alguna otra Super-T, cruzan en sentido contrario, en su ascensión al puerto. Ahora, los rayos fulminantes se dirigen a ellos, y vienen desde mi casco. Si sólo tuviera un par de días mas... Creo que esta cancelación la voy a lamentar. Mierda. 
Un buen rato después, ya en el valle, veo con pena dos hermosas culebras negras... con sus intestinos brillando al sol, aplastadas. Si eran pareja, al menos siguen juntas, más allá del arcoíris. A la izquierda, un trecho antes de girar hacia Montenegro para no volver la vista, me encuentro con la que es -me comentarán después- la cárcel más grande de Europa (financiada con fondos EU), con algunas curiosas inscripciones: 

* 'Stay stronger, you're a day closer'
* 'Life always gives you a second chance - It's tomorrow'

El relato de la cárcel me lo ha hecho un arrugado albanés de prominentes colmillos (los Cárpatos no están lejos), con el que he iniciado conversación mientras hacía lleno en una 'Kastrati': me dice que pasó 13 años en distintas prisiones de los USA, y que ha vivido en UK y en Australia. Según él, Albania se sustenta de los envíos de capital de los emigrantes, porque aquí (me cuesta creerlo) el salario diario ronda, como media, los 6 euros. También me dice que el 10% de la población vive de las drogas, cuyas plantaciones 'están por todas partes'. Me tengo que ir. 

Montañas de Theth
Justo antes de la frontera con Montenegro, en una ladera suave, una enorme cruz del tamaño de una urbanización despide al viajero de forma simbólica: la media luna queda atrás. En el lado albanés de la raya, me hacen avanzar un metro para fijarse en la matrícula, y me despachan. La espera de la cola se hace eterna, y rompo a sudar como un puerco mientras voy ganando metros con esfuerzo. Por el lado montenegrino, tras comprobar la carta verde, se me lanza un explícito gesto y un adusto 'please go'. Si al uniformado le quedaba algo de paciencia y amabilidad de funcionario, es seguro que las he agotado al sacar los papeles de la ternera, que van en un cofre con llave situado entre el motor y la maleta (nefasto rincón), y lleva un buen rato y varios juramentos extraer. Cuando por fin retomo la ruta, observo que la carretera mejora ostensiblemente: no de firme, que ya era de buena calidad por el lado albanés, sino en señalización y en la distancia que mantiene con los núcleos de población, ahorrándote sufridas travesías. Tras 20 km de un extraño paisaje casi africano, llegaré a Pogdorica.

En Montenegro todo es distinto: la vida se ha retirado de las calles, los viales son anchos y bien señalizados (con semáforos, inexistentes en Albania más allá de la capital), han vuelto los carriles-bici, los grandes 'malls' de ocio con sus parking atestados, las papeleras, la organización y la limpieza. Otro mundo, casi. Sólo esporádicamente veo a algún mendigo, y con igual frecuencia aparece en las calles algún carro, aquí tirado por caballos, a diferencia de los usuales y tiernos pollinos albaneses. Hay perros, si, pero aquí son mascotas.

Calles de Pogdorica
Antigua locomotora de via estrecha
Estación de Pogdorica
En la estación, también han cambiado muchas cosas: ha vuelto el balasto (un lujo en Albania), la señalización luminosa y los motores de agujas, las catenarias... aunque el insoportable olor a pis del vestíbulo no ayuda en nada al aficionado a los trenes, así que no duro mucho; unas fotos, y salgo a escape hacia el centro tras atravesar un barrio residencial de inconfundible manufactura soviética: los enormes bloques de pisos -que se adivinan pequeños-, dispuestos en cuadrícula, no apuntan hacia una gran calidad de vida de sus inquilinos. Aunque al progresar hacia la zona vieja por calles que anuncian sus nombres en cirílico y en la lengua local, y sumergirnos en la Pogdorica auténtica, chispeante y coqueta, uno se pregunta de dónde cipotes saca los datos la Wikipedia cuando se refiere a MNT como uno de los países más pobres de Europa; es sábado, y el centro aparece literalmente tomado por hordas de 'beautiful people' que huelen a colonias caras y visten de Gaultier, mientras saborean cócteles en elegantes terrazas iluminadas con velas.  Los rasgos de la gente son claramente centroeuropeos, y las chicas son preciosas, como ocurre siempre que interviene sangre eslava.

Y a la vista de tanto glamour, también a mi me ha entrado la fiebre del sábado noche: creo que me merezco un homenaje, después de haber concluido sano y salvo con los deberes albaneses; como aquí todo es barato (y se paga en euros, la moneda oficial del país, a pesar de no ser de la UE), me voy a dar un capricho en un pub irlandés que es un primor: ceno 'fish and chips' en cantidades generosas y me perfumo de igual generosa forma con cremosa cerveza Stout. Tras un buen rato, esta ciudad de 150.000 almas me verá abandonar su noche, deambulando bajo la lluvia.

JORNADA 6 - POGDORICA-KOTOR (280 KM)


Avanzando a trechos entre semáforos que muestran el rojo-amarillo antes de virar a verde, y esta última indicación en intermitente antes de cambiar a amarillo (peculiaridad inequívocamente europea), voy dejando atrás la capital de MNT en progresión hacia el norte. No podría estar más de acuerdo con Sixx A.M. cuando me gritan 'Life is Beautiful' desde el estéreo, mientras veo a una pareja de ancianos pasear al tiempo que arrojan comida a una bandada de palomas muy grandes y muy blancas, en una tranquila y nublada mañana de domingo. Aunque ahora no llueve, en las montañas recibiré la compañía del desestabilizador elemento (moteramente hablando). El del hotel ya me ha advertido sobre la ruta de Kolasin que debo tener cuidado con las 'slippery roads', más arriba.

Hay dos rutas a Kolasin, y elijo la de la izquierda a la subida. A la derecha, la línea de tren Bar-Belgrado, una de las más atrevidas de toda la región balcánica, en su ascenso desde el Mediterráneo a través de las cordilleras. A la mano contraria, las colosales obras de la que será autopista del norte. La línea de tren se separa más hacia levante, y la pierdo de vista, colgada de las laderas. El cañón del río Morača (pronúnciese 'moracha') se va progresivamente hacia abajo y las montañas a ambos lados hacia arriba, transformando la ruta en un bello recorrido de garganta. Pasamos a la derecha del cauce, el valle se hace muy verde y se ensancha y se inicia una espectacular subida a media ladera jalonada de túneles y viaductos, hasta llegar a Kolasin, que me recibe con numerosos carteles de 'Dobrodosli' (el 'Bienvenidos' de esta parte del mundo). La guata interior del 'Shoei' apesta ya a rancio tras 10 días, y creo que voy a echar de menos el perfumador-bactericida que olvidé en España; son los gajes de la vida guarra y poco lineal a bordo.

Estación de Kolasin
Kolasin es un agradable pueblo en las alturas, con sus tejados puntiagudos de chapa color teja. Hasta aquí sube el tren también, y no puedo mas que preguntarme cómo diantre lo ha hecho, pues la diferencia de cota entre Pogdorica y este sitio es tremenda. Para la vuelta elijo la otra ruta, ahora situada a mi izquierda, y con ella coincide el trazado de la autopista transbalcánica, que esta siendo construida por una empresa china, como deduzco por los racimos de caras sinoides que aparecen por todas partes, y carteles en ese idioma y en inglés que proclaman 'paz, amor y fraternidad entre los pueblos'. Qué bonito... 


Los putos chinos trabajan a destajo incluso en domingo; los va a castigar el Señor por ello... y por convertir numerosos trechos de la bajada con sus camiones de obra -en sintonía con la persistente lluvia-  en una pesadilla de grava suelta y barro líquido, que salpica a la ternerilla hasta la altura de los manillares. Con uno de tales camiones, que baja como un kamikaze, he iniciado un simpático pique, y finalmente me ha dejado pasar, con aspavientos de su conductor de lo más orientales.

Belgrado express
El firme de la carretera, tras las obras, ha adquirido consistencia granulosa, así que la calentura de morro durante el descenso era inevitable, porque las Heidenau a estas alturas me lo permiten todo y se agarran a todo: simplemente maravillosas. Poco después coincido con la línea de tren que baja desde Kolasin, retorciéndose a mis pies en una sucesión de viaductos, túneles y enormes terraplenes a media ladera, para ganar altura, en un trazado digno del BLS suizo. 

Algunos esporádicos chalados me adelantan en línea continua cuando ya me hallo en los aledaños de Pogdorica, que cruzo de norte a sur por una especie de 'dual-carriageway' con asfalto nuevo que empieza a secarse. Pongo rumbo hacia la costa, y vuelvo a coincidir con el tren, al que sigo -literalmente- hacia las montañas que se interponen entre nosotros y el mar.
Para cruzarlas, existen dos posibilidades: el túnel de peaje, y el puerto de montaña; no he dudado ni un milisegundo antes de poner rueda hacia el segundo. Arriba encuentro cabras salvajes en la carretera que molestan mi avance, pero la bajada hacia el mar, con imponentes vistas, ha acabado por despejar las telarañas de la cabeza: vuelven el Mediterráneo y el sol. Aquí, las montañas caen a pico sobre las aguas, y el descenso es vertiginoso, como puede suponerse. Pero también es rápido, y un momento después me veo sumergido en el típico ambiente de costa tan familiar, aunque de perfil bajo comparado con Benidorm (mal ejemplo). En el bareto de refrigerio que encuentro en el paseo marítimo de Petrovac, los parroquianos en bermudas dividen su atención entre las jarras de cerveza y la contienda futbolística que dirimen el Atleti y el Betis. Imposible encontrar algo más hispano-cañí-beach.

El Mediterráneo en MNT
El último tramo hasta Kotor ha sido de tráfico denso como el almíbar. Con el ruido de los rotores de un turbohélice que sobrevuela a baja altura los montes, y tras un largo túnel, llego al esplendor de esta ciudad costera: Kotor, la ciudad de los gatos (están por todas partes), con sus murallas, su circo de montañas, y su bahía llena de yates de lujo con nombres en cirílico. Hay, como en Albania, multitud de salones de juego y apuestas, y en los bares se puede fumar, como haré sentado delante de una saludable 
Pilsen tras la cena de ensalada de rúcula y el pulpo braseado. Unos metros más allá, camino del encantador hotel de hoy, se hará dueña de mis retinas la imagen de un gato yaciendo sobre un charco, cuya agua se tiñe de rojo con la sangre de su cabecita. Esta noche... esta noche, me acompañan a la cama la melancolía y la infinita tristeza.


Kotor
Kotor













JORNADA 7 - KOTOR-SARAJEVO (360 KM)


Hoy espera una larga jornada por delante hasta Sarajevo, así que mentalmente me preparo para afrontar otra etapa nocturna. Hago lleno antes de dejar Kotor, la hermosa ciudad del fiordo, cuyos dominios se abandonan tras un corto trecho de ferry. La carretera es estupenda, y muy poco después se encuentra otra delicia costera, Herzeg Novi, a la que -¡ay!- no puedo dedicarle ni un segundo.

Ferry de Kamenari
Tras un corto tramo, la doble frontera, dado que entre ellas se encuentra la franja de reminiscencias estalinistas 'no-man's-land'. Abandono Crne Gora (MNT) y entro en la república Hrvatska, lo que significa mi regreso a la UE. Con el pasaporte y la carta verde (que desde Albania guardo previsoramente en el bolsillo de la chaqueta) es suficiente en ambos lados. La carretera costera, transitada como ayer, se despeja a veces, y en tales ocasiones  le retuerzo la oreja a la ternerilla de modo exigente, aunque la velocidad máxima oscila entre los 60 y los 90, y además atraviesa pueblos (50 km/h). Luego están las obras de asfaltado, claro, que parecen haber reservado para el paso del calvo español en todas las carreteras de los Balcanes. Durante un largo rato me precede un coche con matrícula noruega, y le hago gestos hacia la pegatina de 'Nordkapp' que luce en la pantalla de la Yam; cuando se ha percatado de lo que quería transmitirle, me ha lanzado una gloriosa 'v' con el brazo extendido.

Goodbye MNT
El alquitrán adherido a las ruedas propias y ajenas hace que de vez en cuando, algunos pequeños misiles de grava impacten contra la ternera, dibujando una curiosa sinfonía cuando te pegas a la cola de los camiones. Dubrovnik aparece enseguida, y desde las alturas ya se adivina el porqué de su calificación como 'Patrimonio de la Humanidad'. El día es radiante, y la luz de la mañana le confiere tonos de postal. Durante el paseo a pie por sus calles enlosadas, éstas se muestran repletas de yanquees, chinos, y lo que parece ser la clientela de la mitad de los colegios suecos. Hace calor, y no he tardado en enfilar la carretera de Split más de lo que lo ha hecho una tónica en caer por mi gaznate. Dubrovnik es una vieja y conocida veneciana, al fin y al cabo. 
  
Dubrovnik
Los croatas conducen respetuosamente, y da gusto con ellos. La costa es un verdadero laberinto de bahías retorcidas que semejan islas, e islas que muestran relieve de bahía, y el asfalto es abrasivo como papel de lija; así que es una auténtica gozada conducir enlazando curvas abiertas entre mansiones del tamaño de islas y preciosos pueblecitos con murallas que trepan por las verdes laderas hasta  centenarias abadías y monasterios de factura sólida, cada uno con su pequeño embarcadero, rodeado de flora que podría ser mediterránea, gallega o caribeña. Sólo los aerogeneradores deslucen el conjunto, que es un puro deleite a esta hora de la mañana. 

Dubrovnik
El calor va haciendo estragos en mi compostura, y el hambre del almuerzo se ha esfumado tras la vaharada recibida desde los pantalones desabrochados, en una parada de WC: 'Never marry a motorcycle man'. Casi de repente, tras una curva cerrada a derechas, aparece la frontera de Bosnia-Herzegovina, por la que cruzo tras una detención momentánea. La carretera se estropea ligeramente, y enseguida, de nuevo la frontera croata; entre ambas rayas -para las que no me piden ningún papel-, el pedacito de Bosnia que tiene costa en el Adriático. Más adelante, y después de una loma, el imponente delta del Neretva se dibuja a nuestros pies, repleto de parches de agua, canales y acequias, y profusamente sembrado. A la izquierda queda el puerto de Ploče y su conexión ferroviaria con Sarajevo. Es aquí donde la carretera enfila a la derecha hacia Bosnia, hacia el objetivo de este viaje.

En BH, todo se degrada considerablemente: se afea el paisaje urbano -de nuevo con casas a media factura-, la carretera aparece parcheada y medio rota por momentos, y aparecen de nuevo las mezquitas. El fenotipo vira hacia los rasgos balcánicos, y la gente que me cruzo me muestran sus rostros oscuros y secos por encima de ropajes adustos y campesinos. Han vuelto también las pirulas en la carretera, tal como en Albania... decididamente, el Islam es una máquina de producir idiotas al volante.

Mostar
Mostar es adorable. Lo tiene todo: el río, la arquitectura, las montañas... el centro histórico muestra la fisonomía musulmana clásica, con multitud de encantadores restaurantes colgados sobre la garganta del Neretva. El hambre ha vuelto, y en uno de tales locales degusto el Ćevapi local acompañado de pan árabe, básico pero exquisito, con la compañía de varios gatos y de una pareja de italianas talluditas y excesivamente maquilladas que se están poniendo de vino hasta las orejas. Van ya por la tercera botella, y a estas alturas hablan a voces con la característica musicalidad del italiano verbalizado, que en su caso resulta pegajosa como caramelos podridos. Al lado, en el archifamoso puente -que tras la reconstrucción se muestra demasiado nuevo-, algunos mozalbetes se zambullen en el río, a varias decenas de metros por debajo, a cambio de la recolecta, mientras sobre la parte sur se van cerrando unas nubes muy oscuras, que proyectan un fabuloso arcoíris sobre la ciudad. Es hora de marchar hacia la capital.
Las nubes me persiguen, y se van a confundir con la noche, para desgracia del viajero: porque el trayecto, que acompaña al Neretva por la derecha, y con el ferrocarril por su izquierda, es genuinamente motero. Antes, la inestabilidad atmosférica me ha regalado una explosión de nubes carmesí en la puesta del sol. El 'pinlock' rayado y la visera de tal guisa me han obligado a parar en una gasolinera para quitar uno y limpiar la otra, porque estoy rodando con la visibilidad degradada; la iluminación de la ternera nunca ha sido para tirar cohetes -el 'punto flaco' de tan noble animal-, pero me da la impresión de que en esta noche tan oscura es especialmente inservible (mañana sabré que llevo una de las parábolas fundidas). Sin duda ello ha contribuido a que en un túnel señalizado a 40 haya rozado la tragedia, por los enormes 'rizados balcánicos' en su interior. Luchando por no estamparme contra las paredes del agujero, el grado de exudación se ha desbocado, mientras rogaba al Dios de la carretera que no viniese nadie por el carril contrario.

Y justo cuando empiezo a aclimatarme a la ruta oscura -y a recuperarme del sobresalto-, un rayo enorme y muy cercano aclara las tinieblas. La cosa se complica, y comienzan al tiempo la autopista de peaje A1 y la lluvia torrencial. Es una auténtica noche de Valpurgis, pero como estoy sólo en el asfalto, le he zumbado a la Yam por encima de los 150 km/h hasta Sarajevo, observando casi divertido por los retrovisores la nube de agua que arrastro -anaranjada por las luces de sodio de la autopista-, mientras los rayos siguen rompiendo las sombras aquí y allá, allá y aquí. ¿Miedo? En absoluto: esto es disfrute en grado superlativo. 

Cementerio musulmán
La ternera parece un submarino cuando arribo a Sarajevo, que me recibe gloriosa con sus espectaculares laderas pobladas por una miríada de luces, sus rascacielos, sus coloridos anuncios de neón, sus enormes cementerios embutidos en la trama urbana, y sus vetustos tranvías de enormes pantógrafos. La subida hasta el hotel por calles de adoquines muy empinadas y muy mojadas, ha sido el última prueba que me tenía reservada la ciudad, antes de la mutua cohabitación. Mañana sabré de verdad lo bonita que es.

JORNADA 8 - SARAJEVO-SARAJEVO (260 KM) - VAPOR!!

Esta mañana me ha despertado la llamada a la oración desde alguna mezquita cercana. Hay otra llamada más profunda que resuena en mi interior: hoy, por primera vez en mi vida, veré locomotoras de vapor. Y me refiero a locomotoras de vapor en servicio regular. He visto ya muchas del tipo 'museo-preservadas-línea turística'... no es lo que he venido buscando a estas extrañas tierras; lo que anhelo es el aroma de lo auténtico, lo real, sin maquillaje ni atenciones especiales. La fuerza de lo codidiano, en suma. Seguro que hoy va a ser un gran día.

Antes de salir, alivio a la moto del peso de las maletas  (van a ser 2 noches aquí), y bajo muelle e hidráulico, en previsión de 'caza de trenes' por pistas. Hago lleno a la salida porque anoche, con los excesos en la autopista, contribuí de cojones al calentamiento global; aunque en las gasolineras se paga en euros, no en todos los locales del país los aceptan. Y abandono Sarajevo subiendo y bajando colinas, tan características de su paisaje urbano. En un descenso pronunciado, no lejos de las instalaciones deportivas de las olimpiadas del 84, observo a la derecha una vía, que adivino posee una terrible pendiente de 35/40 milésimas... me pregunto que tipo de trenes subirán por ahí. 

La carretera de Tuzla, cuando por fin enchufo hacia el norte, es un trazado de montaña, aunque ancha y bien señalizada. El paisaje es fresco y magnífico, pero las viviendas muy cerca del asfalto disparan mis alertas de viejo motard: no he hecho más que percatarme del asunto, cuando tras una curva aparece un perro grande en trayectoria de impacto, al que esquivo como puedo por el lado malo. Y van ya... está claro que no se puede bajar la guardia en este país. Además, están los ocasionales 'Fitipaldis' con sus deportivos alemanes de segunda (o tercera) mano, y los sempiternos rizados balcánicos, especialmente abominables en las curvas: te escupen hacia afuera sin remisión.

Llego a Banovici, y de repente me llega inconfundible la droga del olor a carbón: el complejo fabril tiene por nombre Oskava, y en él la excitación y la ansiedad se disparan a valores máximos mientras progresivamente asisto, con pasmo de novicio, al espectáculo que da nombre y sentido a este relato; al espectáculo que llevo tanto tiempo ávido por contemplar en directo:

Clases 19 (Skoda) y 62 (USATC)
Clase 83 y Skoda clase 25
040 Fives- Lille (reserva)

Clase 19 (Skoda)








      Clases 19 (Skoda) y 62 (USATC)

      Clases 19 (Skoda) y 62 (USATC)
Clase 25
    Clases 19 (Skoda), 62 (USATC) y 25 (Skoda)
 
Clase 62
Clase 83





El complejo industrial es pateado en sus cuatro puntos cardinales por aficionados al f.c. japoneses y británicos, con sus permisos colgando del cuello. No tardo en recibir una reprimenda, y se me hace saber que hay que comprar los permisos en la ciudad. Ya en ella, nadie (entre los escasos angloparlantes que encuentro) parece saber nada relativo a permisos. Así que, tras un café en la plaza, me desplazo hasta el siguiente centro industrial, al que llega la doble vía de la línea de  vía estrecha (760 mm), justo en el momento en que aparece una solitaria diésel para acoplarse a una composición de tolvas vacías. Un rato antes, un par de ingleses me han asegurado que hay actividad 'around the clock', y que en algunos momentos hasta con una frecuencia de ½ hora.  


En la estación he enseñado las fotos 
y vídeos que siempre llevo en el teléfono móvil sobre mi actividad laboral en AVE (ancestral recurso, que nunca me ha fallado con los uniformados nerviosos de países 'exóticos'), tras lo cual todo son facilidades. El jefe de estación decide guiarme con su 4x4 por una pista que acompaña al tendido férreo, y me anima a continuar, pero la cosa se complica por la estrechez y por el barro, y he vuelto a sudar tratando de dar la vuelta a mi baúl con ruedas. Compruebo tras la maniobra que uno de los faros de la moto no luce, y decido volver al nivel superior de Oskava -el de la vía estrecha-, aprovechando las buenas referencias que traigo conmigo. En él, me reciben con negativas, como siempre; otro pase de fotos y vídeos, y las puertas se abren, también como siempre. Esta vez las facilidades llegan al nivel de lo exquisito, incluyendo varios cortos viajes en cabina de las locomotoras de vapor y diesel, y  un recital a cargo de la número 83 organizado en honor del aficionado de la lejana Š
panija. Intercambiamos tarjetas, teléfonos, hablamos largo y tendido sobre lugares comunes de la profesión -aprovechando que Dzenan y Muamer manejan un decente inglés-, y por fin, agradecido y maravillado, les digo adiós.  


A la vuelta, el TomTom me la ha vuelto a jugar, y me ha dirigido por la ruta 'más corta', si, pero también 'más estrecha', con un asfalto regular moteado de ocasionales baches y hoyos; tan estrecha es, que está dotada de 'passing-places', al modo de las carreteras de las 'Highland' escocesas. Los conductores de sentido contrario, al comprobar que su oponente es una moto, no aminoran la marcha ni un ápice, y un camión me ha llegado literalmente a rozar, aunque no ha escapado sin mis recuerdos a su madre. A cambio de todo ese fastidio, el recorrido de montaña que sigue la carretera me ha regalado delicatessen paisajísticas helvéticas,  a lo largo de desfiladeros angostos por los que se deslizan aguas espumosas y veloces. 

Tras una media de velocidad ridícula, llego entre dos luces a Sarajevo. La estación de trenes de la ciudad es un organismo moribundo, y desentona con el chispeante fulgor de las laderas iuminadas por las que trepan teleféricos y funiculares, y con su esplendoroso casco antiguo (¿la 'medina', debería decir?), en el que la vida incesante con la que uno se topa en sus callejas -no demasiado limpias- se desenvuelve con el tranquilo pulso árabe. Por todas partes, como en un gran bazar, aparecen teterías, mezquitas, puestos de madera en los que se vende de todo, fumaderos, tiendas de artesanía... y todo dispuesto en una densa trama recorrida por pasadizos ensortijados. En ellos se escuchan frecuentes 'Nsala Malekum' entremezclados con parloteos en inglés, italiano, alemán... Sarajevo es ciudad vieja, suntuosa y sensorial, la 'Jerusalén de Europa', con una idiosincrasia seguramente sin parangón en ninguna ciudad del viejo continente. Tremendamente sabrosa. 

Y en esta zona probaré el Ćevapi local regado con bitter lemon. Resuelvo la cena, satisfecho y feliz, delante de un aromático té y una shisha, mientras reflexiono que es preferible el lengüetazo que le he dado a la ciudad a haberla devorado con gula. Es seguro que volveré. Aunque sea ateo, lo juro.

JORNADA 9 - SARAJEVO-TUZLA-ENTORNO TUZLA (255 Km) - VAPOR!! 

Amanece un día espléndido sin mácula de nubes sobre la capital bosniaca, aunque el muhecin de la mezquita cercana puede que no esté de acuerdo con el aserto, porque hoy la llamada a la oración ha terminado con una extraña subida gutural. Me pregunto si seguirá vivo todavía, mientras desayuno con 'pretzels' y mantequilla de cacahuete, dos mesas a distancia de una ruidosa familia con niño de voz de jilguero que, en pura coherencia con la mantequilla, son Made in USA. 

El recepcionista me ha dicho que quizá en Zenica haya locos de vapor -en contra de la información que manejo-. Dejo el Sarajevo de los chicos altos y rubios y de las chicas cubiertas por sus abayas sin mirar atrás, y me dirijo hacia el viejo y poderoso centro de producción de acero para toda la antigua Yugoslavia, haciendo uso de la misma A1 que me trajo hasta Sarajevo en la noche más negra. De camino al sitio, el tiempo se hace centroeuropeo; las nubes bajas y la humedad acaban por enfriar los ánimos y el cuerpo. Y cuando por fin hago rueda en Zenica, se acaban repentinamente la autopista, las nubes y la ilusión: no veo locos de vapor por ningún sitio. Vámonos.

El río que ahora sigo, acompañado por la vía doble electrificada (por la que no he visto pasar ni un sólo tren) es el que da nombre al país, afluente del gran Sava, que lo es a su vez del padre Danubio. En 
Žepče giro a la derecha, para explorar la Bosnia profunda; en un determinado momento, un desvío de la carretera a la derecha lleva a Sebrenica, que resuena terrible en mis recuerdos; en ese lugar, hace no mucho, 
los demonios del subconsciente colectivo balcánico, disfrazados durante demasiado tiempo, se hicieron carne, y el odio reprimido construyó una aberración sin nombre, una sanguinaria ignominia hecha de toneladas de dolor (ENLACE: MATANZA DE SEBRENICA)

Composición carbonera

Los perros en las carreteras, un par de adelantamientos apurados a camiones, y el café de gasolinera me han mantenido despierto hasta que por fin llego a Banovici. Aquí he tenido la suerte de coincidir con un tren de la estrecha cruzando el paso a nivel que ha detenido mi marcha con sus barreras bajas, y le sigo posteriormente mientras hace la maniobra de retroceso sobre el complejo carbonero, que oficia también de depósito, con numerosas locos de vapor que veo apartadas desde la lejanía. Continúo hasta Oskava, pero aquí hoy las vaporosas muestran un bajo perfil, así que un par de fotos y marcho raudo hacia Lukavac, un entramado de industrias y vías férreas de ancho estándar, aparentemente dispuestos para dar servicio a la enorme central térmica de Tuzla. En el último de los establecimientos veo a lo lejos una locomotora de la vía ancha... de vapor!, e inmediatamente la inmortalizo con el télex. Pero ello me ha costado la charla de los uniformados: sin papeles no hay fotos, aunque al menos me han dado la dirección para solicitarlos.

Clase 25
Clase 82

En Tuzla todo huele a carbón. Ocupo mis habitaciones, justo en la acera contraria a la estación de viajeros, y encierro la moto en el garaje, porque el recepcionista  del hotel (un barbudo de facciones hoscas, pero después tímido y extremadamente amable) me ha dicho que la oficina para el permiso está a distancia de paseo. Finalmente, en el lugar me comentan que hay que dirigirse a las oficinas centrales de la compañía, en otro emplazamiento más lejano. Empiezo a indignarme con tanta burocracia inservible.
¿Resignación? De ninguna forma; no voy a dejar que concluya el día sin dejar de perseguir mis objetivos. Así que, tozudo yo, me dirijo otra vez al sitio de la charla, y aparco la moto lejos de la puerta. Hay personas sentadas en las vías, que parecen obreros y se fijan mucho en mi trasto. Aunque, a pesar de la lejanía, un andoba en mono azul se dirige a mí resuelto con su pose y sus gestos de 'fotos no'. No habla inglés, y parece detentar algún tipo de autoridad aquí, así que pongo mi mejor cara de pena, le espeto el internacional 'kolega', y de nuevo pase de fotos y vídeos. El tipo no parece muy entusiasmado, pero al final le entiendo algo así como 'sólo 10 minutos'.

Clase 33

Son suficientes: hago un montón de fotos con deliciosa luz crepuscular, y me dan un corto paseo exclusivo en la maravillosa 'Krieslog' Clase 33, una loco alemana de tiempos de guerra que podría perfectamente haber encabezado trenes de judíos con destino a algún terrible campo de concentración. Al concluir el alucinante garbeo, el maquinista me hace con el pulgar y el índice el internacional gesto de 'billetes, por favor', y menciona la palabra bier. Le largo 5 euros en papel, y quiere más. Le doy otros 10, pidiéndole 5 a cambio, y se queda entre risas con los 15. Que te siente bien la bierkolega.

Clase 33
Clase 33 & GM CoCo
Clase 33
Sin embargo, nunca 15 euros habrán producido tanta satisfacción a cambio, seguro. Lleno de ilusión, espero durante una hora en un paso a nivel, por si la fortuna quiere depararme la circulación de alguna otra loco para filmarla en la oscuridad; pero nada pasa, y va siendo hora de retirarse al hotel. Un perro impertinente que me corta la trazada ladrando casi me lo impide, obligándome a una maniobra brusca para no golpearle. Y finalmente me veo cenando plácido y satisfecho en el 'restoran' del hotel, delante de fantásticos bruschetta y guiso de carne, que he pagado -de forma fraccionada, cada pedido supone un nuevo ticket que te dejan al lado del plato- a precios estúpidamente baratos. Y el cigarro con el café de postre me lo fumo delante del plato. Auténtico.

JORNADA 10 - TUZLA-BANJA-LUKA (270 KM) - VAPOR !! 

Un magnífico desayuno sólo puede ser el preludio de un gran día. Y el soberbio English Breakfast que he degustado en el hotel (incluido en el precio) me sugiere jugosos triunfos y radiantes acontecimientos por delante de la Yam en esta jornada. Vuelvo a poner las alforjas al borrico, que es siempre una actividad polarizada, sintiendo la congoja de abandonar lugares que fueron anhelo, pero al tiempo apuntando la rueda hacia senderos abiertos que al final esconden objetos de deseo. Embalo meticulosamente, porque hoy las visitas serán al paso, camino de la línea de meta de este viaje.

El barbudo de la recepción es, ademas de amable, un tipo extremadamente servicial: me imprime un plano de localización de la central de la compañía KREKA, que prácticamente monopoliza este imperio del carbón. Antes de abandonar el lugar, logro por fin avistar un tren de pasajeros en la rota y sucia estación de Tuzla: una francesita Brissonneau & Lotz, gemela de nuestra extinta serie 307 en cabeza de una pareja de destartalados coches de viajeros. En algún momento de la tarde volteará su motor Sulzer y emprenderá marcha hacia Banja Luka a baja velocidad.

Banja Luka express
La zona en la que se halla la dirección de la compañía carbonera es residencial, con casas unifamiliares dispersas, y tras enseñar a varios residentes el plano, consigo dar con el lugar, tras atravesar una vía herrumbrosa que se dirige hacia el norte, quizá hacia el enclave de Brčko, todavía con presencia de tropas de UNPROFOR. En lo alto de una colina boscosa consigo localizar por fin las oficinas de KREKA, que no son sino un conjunto de extraños barracones de arquitectura de guerra. Ya en la entrada, me obligan a dejar el pasaporte, y observo una señal de 'prohibido' sobre la silueta de un perro. Bien, aunque soy bastante animal para según que cosas, me franquean el paso. Lo preocupante es ver también  -como antes en la estación y ayer en las oficinas de Tuzla y en los restaurantes- el mismo redondo, rojo e internacional símbolo... sobre la figura de un revólver. Un ligero, casi imperceptible escalofrío me recorre la espina dorsal ante esta contemplación.  

Un momento después, Monika, una robusta y guapa bosniaca de mediana edad me conduce en silencio y con porte serio hacia un despacho, que ella misma atiende. Habla algo de inglés, y antes de que yo pueda abrir la boca, me dice que 'no' a mi pretensión, alegando que 'Mr. Direktor' Halilcevic Fehro se encuentra en Sarajevo en una reunión. No voy a ceder: entre didáctico y suplicante, le relato que he venido ex-profeso desde España en moto a ver sus locomotoras de vapor, que soy colega de profesión, que es mi ultimo día y que estoy dispuesto a pagar. Le enseño las fotos y los vídeos que empiezan a ser famosos al oeste del río Sava, y tras desembolsar 25 euros, varias sonrisas torcidas, y algunas manipulaciones en voluminosos archivos de una oficina muy poco informatizada, abandono el lugar con mis preciados tesoros: un pase y un plano del sitio al que debo dirigirme. En él me espera ya Mr. Galic Mirsad.
 
Clase 33
Clase 33
Clase 62
El señor Mirsad me da el fenotipo de ferroviario de mando 'old school' con sus rasgos duros pero elegantes, su pelusa rala de color plata, y su largo mono azul de faena. Es el jefe del depósito de Bukinje Rudnik, y mientras
Clase 33
 varios de sus subordinados se arremolinan en torno a mi cacharro, él me dirige a contemplar los suyos: varias Clase 33 (ex Klass 52 de los DR) situadas en la playa y en hangares, con un operario soldando tubos dentro de la caja de humos. Las fotos son bienvenidas, por supuesto, y la Nikon no descansa. También veo varias clase 62 tanque, que aunque empiezan a mostrar señales de abandono, Mr. Mirsad me asegura que se encuentran 'de reserva'. Un esqueleto oxidado de la caldera de otra 33, y varios ejes acoplados sueltos completan el magnífico panorama. Mis 25 euros me dan derecho a buen trato y amabilidad, pero cuando ya abandono y le pido la autorización de vuelta, me dibuja una sonrisa dura y me dice secamente que no. Fin de mis derechos, aunque sobre el mapa me apuntan un lugar donde sin duda encontraré alguna de las hermanas de las de aquí en funcionamiento real. Su nombre, Dubrave - Sikolje.
 
Clase 33
Clase 33
Clase 33
El olor a carbon llena todos los espacios mientras a él me dirijo. La zona es un laberinto de vías, cintas transportadoras y complejos fabriles, sin que se pueda precisar qué cosa es qué; así pues, he esperado en un paso a nivel con los carriles 'pisados' por espacio de una hora y pico, sin que nada haya sucedido. Son ya las 3 de la tarde, y me queda un largo trecho hasta Banja Luka, así que me pongo en marcha, contrariado. Detrás de un camión, un tipo inicia la maniobra para entrar en una gasolinera, cizallando mi carril. Su último volantazo evita la tragedia y me pide perdón con la mano, pero dentro del casco ha resonado potente mi amargo 'puto mamón, ¿en qué piensas?'. Me recupero y decido seguir al camión con su volquete hasta arriba de carbón hasta que ingresa en uno de los complejos.

En él contemplo unos haces de vías en las que antes no había reparado, aunque un guarda me frena en seco cuando hacia ellas me dirijo. Aparece otro tipo que habla algo de inglés, y parece buena persona; con él emplearé la manipulación psicológica: me he gastado ya 40 euros, he venido desde España para ver locos de vapor, y bla-bla-bla. Me pone en comunicación a través del móvil con otra persona que habla un perfecto inglés, que me pide que deje el lugar hasta después de las 16 h, momento en el que abandonan la fábrica los trabajadores y los jefes, y que después podré entrar. Tengo tiempo para una postrera visita a Banovici, pero -ay-, no lograré ver ninguna loco en funcionamiento. Tan sólo está presente una robusta diesel B-B. 

 

A las 16'15 estoy de vuelta, y cuando me dirijo resuelto hacia la entrada del complejo, un camionero que sale atravesando la cancela móvil me dirige a un paso a nivel a unos cientos de metros, donde 'en 10 minutos pasará un tren de vapor'. No he acabado de parar el motor de la Yam, cuando desde levante me llega el típico 'chuss-chuss' de la distribución de una vaporosa. Apenas tengo tiempo de cruzar el paso para situarme con el sol a la espalda, y filmar a una solitaria loco que viene de Dios sabe dónde. ¿El premio al tesón o una ayuda de la providencia por mis desvelos? Nunca lo sabré. Me llevo esta increíble imagen en las retinas al abandonar Tuzla y su maraña de vías industriales.

Un magnífico atardecer bosníaco me ha acompañado en la despedida de la zona del carbón, con el naranja oscuro del sol perfilando montañas, bosques y campos de heno muy verdes. Poco antes de la hermosa Doboj, algo cambia en la fisonomía del paisaje, así que no es por casualidad que en medio de un pequeño desfiladero aparece un cartel dándonos la bienvenida a la 'República Srpska', una de las dos entidades constituyentes de este peculiar país; aparecen banderas rusas con los colores invertidos, y el bilingüismo en los carteles anunciadores se invierte también: ahora aparecen en primer lugar los caracteres cirílicos, grandes y orgullosos. 

Mucho tráfico hasta la bella Doboj, con su castillo balcánico de almenas con tejados a cuatro aguas y aleros de madera. A la entrada, llega a mi encuentro la doble vía electrificada procedente de Zenica y Sarajevo, que cruza el rio Bosnia mediante un airoso viaducto. Y hasta el destino final de hoy en Banja Luka voy a circular por una magnífica autopista de peaje, ligeramente preocupado por los chillidos procedentes de los discos delanteros de la Yamaha. No es más que una china en el portazapatas, pero estos putos orientales siempre enredándolo todo. 

Aunque nada preocupante que me impida un rato después pasear por las animadas calles de la capital de la República. A pesar de que la geografía y los modos señalan que me encuentro en el lado de los perdedores de la Guerra de los Balcanes, y de haber cruzado un simbólico 'telón de acero', la zona centro muestra una configuración tipo 'madinah' en cuadrículas, con numerosos pasadizos llenos de acogedores restaurantes, al modo de Sarajevo. Para el mundo, estos chicos fueron 'los malos' en una guerra reciente y atroz, y a mis ojos sólo unos homo sapiens (sapiens?) más, cuyos intereses, anhelos e inquietudes  me han quedado de manifiesto en la contemplación de una manifestación silenciosa en la gran plaza, con multitud de parroquianos locales sentados -en bastantes casos agarrando desde el suelo carritos de bebés no tan silenciosos- y alzando velas encendidas en penachos de papel, rodeados por ofrendas florales en recipientes de distintos tamaños y formas. No entiendo en nombre de quién o de qué son las demandas o las plegarias, pero sí entiendo sus sentimientos, sus alegrías, sus congojas, sus sonrisas y sus lágrimas. Son 'marca de la casa' humana. 

Por mi parte, y al modo bíblico, puedo decir que este viaje se ha consumado en sus fines. Tras la opípara cena a base de tartar y crema de calamares, que no es sino la guinda a una colosal jornada de sensaciones ferroviarias de primera magnitud asociadas ya para siempre al olor a carbón, la medianoche me encuentra cómodamente instalado en el lecho de una habitación muy soviética -a la que llegan nítidos los también muy soviéticos embites amorosos de la pareja que ocupa la de al lado-, desplazándome sin interés entre los distintos canales serbios de la TV, mientras la emoción por lo visto y vivido durante estos días, y la satisfacción por lo conseguido, me conducen plácidamente al mundo de los sueños...

...duchado y con ropa interior limpia; hoy tocaba, sin duda.

Bonne nuit tout le monde





FAROS HACIA EL NORTE: FIN DE LA SEGUNDA PARTE



“EL OBJETIVO DE VIAJAR NO ES SOLO CONOCER TIERRAS EXTRAÑAS, SINO QUE EN ÚLTIMA INSTANCIAS SE PUEDA VOLVER Y VER AL PROPIO PAÍS CON EXTRAÑAMIENTO’ (G. K. Chesterton)


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EPILOGO:  FAROS HACIA OCCIDENTE 
(EL REGRESO)

1 - BANJA LUKA - BLED: 390 km

2 - BLED - RAPPERSWILL/JONA: 690 km

3 - RAPPERSWILL/JONA - GRENOBLE: 488 km

4 - GRENOBLE - CARCASONNE: 576 km

5 - CARCASONNE - S. SEBASTIÁN: 440 km

S. SEBASTIÁN - EZCARAY: 244 km

EZCARAY -  AZUQUECA: 319 km


TOTAL 3147 KM


A los ojos del motero de raza y ruta, el retorno, la vuelta al punto de partida, de forma invariable agita el entendimiento que habita dentro del casco con sus sesgos de signo poco afable: la vuelta representa la regresión primordial, la traba que se rebobina, las lonas que se plegan, la incandescencia que se apaga, la merma de la ilusión que achica voluntad y fuerza, el universo que la emoción desocupa... Apreciados seguidores: hasta ahí. ¡A la mierda la lírica! Todavía queda mucho por ver y rodar, unos cuantos trenes por disfrutar, de variados modos... e incluso alguna mayúscula sorpresa. Lo relato todo brevemente porque al galope el tiempo se comprime, y por todos los dioses de Valhalla que lo voy a comprimir con la inestimable ayuda del cohete que llevo en el culo en forma de bicilíndrico paralelo ‘forward inclined’, que te ofrece hermosas vistas del infierno por encima de las 4000 rpm. Así que, colegas, el regreso me va a ver y conocer autónomo, gamberro y exultante de energía, casi un centauro del asfalto. No es ajeno a todo ello el que, al punto de abandonar Banja Luka, resuenen imponentes las frases de los ‘Chrome Division’ que escupe el estéreo:


‘I got an open road ahead 

And there's a warm breeze through my hair 

Ain't got no plan of where I'm going to 

But I don't really care 

Hang on I'm coming fast…’


DOOMSDAY RIDER - Enlace 


 

Me encuentro muy dentro de la piel de ese ‘Doomsday Rider’ cuando abandono por fin Bosnia después de atravesar aldeas humildes surtidas de puestos callejeros de patatas, calabazas y flores que atienden muchachas eslavas de belleza rotunda y discorde con sus ropajes de pobre factura. Una extraña frontera erizada de vallas en el centro del pueblo, el caudaloso Sava y… Croacia, la vuelta a la UE con toda su amabilidad. Con el manillar hacia el noroeste y los protectores auditivos en su lugar natural, asciendo veloz por el espinazo de la antigua Yugoslavia, recorrido por una magnífica autopista y la doble vía electrificada que tiene como extremos a los antiguos señores del Mediterráneo: Italia y Grecia


Hablando de fronteras raras, la siguiente, al rato de bordear Zagreb por el oeste… es un jodido puesto de peaje, en el que además de los euros por gastar goma te piden el pasaporte. Alu-cinante. Y sucede que la Eslovenia que ahora pisan las ‘Heidenau’ lo mejora todo: el valle se aprieta, los castillos lucen esplendorosos con sus conos de teja, y toda la manufactura humana da la impresión de ‘terminada’ y consistente. Cuando un rato después, hacia el norte, el tibio horizonte gris de los Alpes va transformándose en imponente presencia -en forma de muralla aparentemente infranqueable para la autopista-, hemos dejado atrás Ljubljana, la capital de este armonioso y bello país, medio Italiano, medio suizo… y tan opuesto a Bosnia, por ejemplo. En absoluto balcánico. Uno se pregunta cómo se las apañó Tito para amalgamar todo este pastiche regional y darlo forma de nación, con la enorme disparidad que muestran las distintas unidades geográficas que no hace mucho fueron una sola. La desintegración era inevitable, claro.


El sitio del que haré cama esta noche no es mucho más que su lago con isla e iglesia en el centro, y su magnífico castillo en un promontorio. Es más que suficiente: Bled es un sitio inmaculado, helvético en su arquitectura, en su paisaje urbano, en su paisanaje 'High Class' de peli de James Bond, y en su entorno de cuento de hadas. El atardecer ha constituido una magnífica escala en la ruta, que ni los putos chinos con sus cámaras y sus trípodes han logrado reventar.  

2

Mirando hacia el norte desde la ventana del encantador hotel alpino de Bled en una fantástica mañana de radiante cielo azul, uno cree haber llegado al fin del mundo conocido ante la visión de la grandiosa pared que los Alpes presentan delante de las narices. Pero hay vida más allá, en Austria, y poco después de Jesenice, un giro de 90º a la derecha, 10 euros de peaje y un agujero de 6 km en la roca nos sitúan en la patria natal de Hitler, que no sé si era motero, pero desde luego sí un auténtico 'Jinete del día del Juicio'. Al otro lado del túnel de Karavanke, frío, cielo nublado y 'Polizei' quisquillosa. Al rato, embutido en ropa de invierno, y entre formidables obras de ingeniería en forma de túneles y viaductos, llego a la hermosa Salzburgo, en el momento en que las nubes empiezan a abrirse.

 

Tras la ciudad de Mozart, uno es apenas consciente del cambio de país, salvo por el cartel 'Deustchland' en la autopista, el helicóptero que  sobrevuela la zona, y el alborozo de ver desaparecer del TomTom la señal de velocidad máxima, explícita invitación a retorcer el puño de forma salvaje por las inmaculadas 'motorrad'' libres alemanas con su firme de pista de aterrizaje, impoluto y sin mácula de baches o 'rizados balcánicos'. Una gran nación comienza aquí a deslizarse bajo el cielo azul y las ruedas de la ternera, y su glorioso himno traspasa mis oídos durante la marcha:

DEUSTCHLAND ANTHEM - Enlace


Pero cuidado, motard: repentinamente, el V12 de un Ferrari GTO rugiendo como una bestia prehistórica puede dispararse hacia la grupa de tu moto de una forma tan violenta que cueste creerlo. Ha sucedido. Sólo son dos carriles, al fin y al cabo, y por el izquierdo la visión debe repartirse con esmero y cuidado entre los retrovisores, atento a la llegada de unos faros que se sitúan casi de modo instantáneo tras el colín fabricando largas, negras huellas, y estridentes chillidos hechos de caucho pulverizado -pero sin ráfagas ni bocinazos-, y la cinta de asfalto que se extiende por delante, porque cuando a unos 170/180 km/h y las maletas a punto de volar por los aires, alguien decide a corta distancia iniciar sin cuidado una maniobra de adelantamiento a baja velocidad, los ojos se abren de puro terror y el instinto cierra con dureza la mano derecha sobre la maneta de freno, haciendo que la horquilla delantera haga tope en salvajes frenadas (gracias, Mr. ABS!).  La nobleza de la Yam y mi ángel de la guarda haciendo horas extras me libran de un final trágico en tales ocasiones.


Volvemos a Austria, a las obras, a las retenciones y a las nubes que estropean el mediodía. Entre castillos de los Nibelungos se llega a Innsbruck, y poco después comienza el atrevido descenso del Aalberg, cuya estrechez ha hecho resonar el primitivo bramido de los V2 de un enorme grupo de Harleys viajeras como si se tratase de un terremoto. Sin controles ni detenciones atravieso Lietchenstein, un paraje aburrido y sin alma, e ingreso en la nación de los quesos, los bancos y los trenes, arriesgándome a una multa de muchos euros por no comprar el permiso que autoriza a usar las autopistas de la confederación. Total, sólo voy a estar un dia, y además, no hablo alemán.


Suiza siempre ofrece esplendor en cualquiera de sus rincones: ordenada, fresca, limpia y bella, es casi una maqueta de país. Entre lagos y montañas llego a Rappersville, donde he quedado con una antigua amiga, a la que en el pasado no me atreví a cantarle la canción de abajo. Así que, sin pretensión ni esperanza carnal alguna, me limitaré a tomar unas cuantas 'grossen bier' con ella (son las fiestas de lugar), mientras se cierra la noche sobre las cumbres lejanas, hacia el sur.

ARE YOU GONNA BE MY GIRL - Enlace 


3
La noche ha sido de pesadilla por la cerveza, los mosquitos y la mierda de los acordeones y los arreglos vocales tiroleses con su vomitivo 'tiroloriroooo', que hasta las 3 o las 4 de la madrugada (era sábado) han llegado como trompetas del infierno desde los bajos del hotel, haciendo que la banda sonora de Heidi pareciera música celestial. ¡Joder con los educados y rectos suizos! Aunque al despertar, me encuentro de nuevo dispuesto para la ruta de vuelta, atravesando itinerarios sin secretos por el país de las montañas. Un fugaz paso por Lucerna y una breve visita al Pilatus, espectacular con su pendiente de 480 mm/m y su cremallera 'Locher' con pestañas exteriores en las ruedas, y giro hacia el sudeste, para atravesar el Sustenpass, un puerto legendario de este país, con su perfecto asfalto de elevada fracción silícea y sus peraltes de manual, que invitan constantemente a rozar estriberas. Al final, me he llevado varios 'susten' mientras enlazaba cerradas horquillas, inclinando con mi animal de dos ruedas en un abierto  desafío a la física newtoniana. 



Camino de Brienz e Interlaken cruzamos con un artefacto en forma de cabeza tractora con remolque que transporta motos de nieve. Me pregunto dónde se dirigen en su progresión hacia el norte, cuando los picos nevados que veo aparecen hacia el sur. Acuden al punto vívidas imágenes de otras rutas, en otros países, con otras monturas... 

'INGREDIENTES PARA UNA NOCHE MEMORABLE: elíjase una cabaña de madera en lo más profundo de Newfoundland, dotada con una estufa de leña ‘Brooklyn’ de tres pies para calefacción, un generador a gasolina ‘Hitachi’ de 1200 vatios, y unas lámparas de petróleo para iluminación. Practíquese un orificio en el hielo y pórtense unas saludables viandas ricas en calorías como soportes vitales. Se requiere la incomunicación absoluta con el resto del planeta; la temperatura exterior debe ser de -16º. Todo este escenario debe estar enmarcado por una hermosa luna llena reflejándose en el lago helado al otro lado de la puerta y, en ésta, un ski-doo como negro corcel que aguarda paciente y manso la mañana para llevarnos a aventuras soñadas. Ah, y esta deliciosa melodía que, inopinadamente, apareció en la noche. En realidad, pertenecía a aquella noche... desde siempre'.


REPLICA - SONATA ARCTICA - Enlace


Interlaken, como su nombre indica, es un escenario de película entre dos lagos, postal y paradigma de la calidad de vida suiza, a la que llegan las vías estrechas desde Lucerna y Junfraujoch, la ancha del BLS desde Spietz, y los vapores del lago Brienzersee. También es punto de cruce de los dos relatos que este viajero tiene en la red (Tren a Isfahan - Enlace) Tras semejante despliegue de perfección paisajística, y antes de que las retinas cristalicen, oriento con decisión la rueda delantera hacia el sur... hacia los Alpes con mayúsculas. Y la única forma de atravesarlos es rendir la ternera ante las bondades del medio ferrocarril:
Tras el agujero y la espectacular caída hasta el valle del Ródano, el paso a partir de Martigny lo marcan unos cuantos atascos dominicales, aburridos al modo suizo: ni un bocinazo, ni una fea maniobra... sólo paciencia helvética. Los moteros son una discreta excepción adelantando en fila india por el arcén, con prudencia y las luces de avería siempre encendidas (una costumbre de la Europa... de allende los Pirineos). Al final, y medio atufado por los gases de escape de todos los domingueros mamones que me preceden decido imitarlos, mientras dejamos atrás a paso de tortuga las hermosas Montreux, Lausanne y Ginebra, desparramadas por la orilla norte del Leman, el patriarca de todos los lagos suizos. Casi parece mentira que esta majestuosa balsa de agua vaya a desaparecer por colmatación dentro de unos 30.000 años, más o menos cuando me encuentre cabalgando a lomos de alguna otra máquina entre las estrellas.  Y ya por fin, sin ningún sobresalto fronterizo en forma de multa, llegaré a Grenoble a la medianoche, donde la catastrófica cena de productos de 'vending' pondrá el contrapunto estúpido a una espléndida jornada alpina.  
  
4

EL VIADUCTO DEL MILLIE 


-Ya en Grenoble amanece cubierto. Salimos.

-He decidido poner algo de pimienta a la ruta.

-En el cuadro, el TomTom dibuja una sonrisa.

-Resuelvo evitar la archiconocida 'Autoroute du Soleil' A7.

-Resuelvo evitar el tedio. 

-Así que en Valence viro hacia la derecha.

-Hacia el macizo central y los Ardeches. 

-Hacia la miseria.

-Cuando viajo, veo poco la TV.

-Cuando viajo, por tanto, de la realidad del mundo apenas soy consciente.

-Soy un inconsciente.  

-Demasiado pronto debo parar...

-...para proteger equipaje y motero de la lluvia, serena pero obstinada.

-Estoy tranquilo. Atravieso al paso la ondulada campiña francesa.

-Compro quesos, pan tierno y agua con gas. 

-Los quesos huelen bien. Decididas, las carreteras ganan   altura. 

-Comida de campaña en la 'Gare' de Le Puy-en-Velay...

-...sobre el asiento de la moto. El viento se pone serio. 

-Los zarandeos son ya molestos cuando hago rueda -por fin- en la A 75

-¿Por fin? ¿Las autopistas son 'zona segura'?

-Algo muy feo acude a mi encuentro.

-Algo que debería conocer. 

-Rachas de aire duro, seco y desequilibrante. Reduzco a 100.

-Reduzco a 80.

-Reduzco a 60.

-Veo nubes de color muy negro que se alternan rápidas con otras de tonos amarillos y pardos.

-Descargan sobre mi su furia líquida. Sin piedad. Viento superior a 80 km/h.

-Reduzco a 40. Los coches corren más, claro....

-...pero no mucho más. Un motero me adelanta y me saluda. 

-¿O me ha pedido que pare?

-¿Era el 'Jinete del Día del Juicio'?

-Creo que antes de 10 minutos la ternera estará en el suelo derramando aceite y gasolina.

-Creo que yo también estaré en el suelo.

-Veo aparecer, allá abajo, el viaducto del Millie.

-Es enorme, sobre un valle enorme.

-Letreros de 'Beware of crosswinds'...

-...¿o decían 'Abandon all hope'?

-En él... todo me supera.

-El vendaval racheado y feroz quiebra mi entereza y quiebra mi cuerpo.

-Tengo miedo y me siento muy frágil. 

-Sólo soy polvo en el viento.

-Oh, Dios de la ruta, sácame de aquí, joder... por favor, sácame de esta mierda axsfixiante... no puedo aguantar mucho más, no voy a aguantar mucho más...!!



Aguanté, claro. Estoy contándolo. Lo que vino a mi encuentro eran los coletazos postreros del pavoroso huracán Leslie, que finalmente se desvaneció en la nada de la que había surgido; aunque murió matando, literalmente: todos sus cadáveres se contaron en Carcasonne... la misma Carcasonne en la que poco más tarde haría rueda para pasar la noche, descosido y con la piel de gallina.
HURACÁN LESLIE - Enlace

Pero el Dios de la ruta había escuchado mi invocación, sin duda, y me tenía reservada una velada inolvidable: con la sensibilidad a flor de piel por lo vivido, pasear por la fascinante ciudad amurallada , y degustar un vino  y una cena fría -al límite del horario de apertura de los locales a pesar de ser las 8 de la tarde, oh la la!- en una de sus encantadoras terrazas, con melodías de juglares resonando en mi interior, mientras allá arriba la luna batallaba con penachos de algodón violetas, resultó ser una experiencia casi mística, ajeno al hecho de que a no mucha distancia, 13 familias lloraban a sus muertos recientes, entre campos sepultados por el agua.


"I'm in a world of shit... yes, but I am alive! And I am not afraid" 
('Full Metal Jacket' - Stanley Kubrick)





5

A nadie puede extrañar que ayer por la noche, a la llegada a Carcasonne (una joya gala que merece atenciones viajeras de primer orden) hiciera una desastrosa aproximación al sitio de alojamiento... en primer lugar  al equivocarme en la dirección, y en segundo al intentar dar la vuelta e introducir la rueda en un extraño revestimiento de adoquines, maniobra que dio con ternera y jinete en el puto suelo por primera y última vez en el viaje: apoyada en un ángulo imposible sobre una  maleta y la defensa delantera diestra, la Yam no era sino un animal varado, todo raza y orgullo heridos, y yo, todavía saliente de la descomposición orgánica completa a la que me había llevado 'Leslie' un ratito antes, por supuesto no hice ni el más mínimo intento de levantarla (lo que me habría llevado a un seguro accidente cardíaco), limitándome a encender un cigarro y esperar estoico y con cara de perturbado la ayuda, que tras 15 minutos llegó en forma de un par de estudiantes (me encontraba delante de la residencia universitaria del hotel) que arrimaron el brazo. Aunque sin sexo, un final feliz.


Algunas nubes despistadas perfilan todavía el cielo cuando por fin pongo rumbo a España por la 'Autoroute' A 64, paralela a los Pirineos, aunque a partir de Tolouse el cielo azul aparece ya completo y radiante. Ha sido más que bienvenido.


MR. BLUE SKY - Enlace

Y, como siempre en el transcurrir de los eternos ciclos biogeoquímicos, tras la tempestad llega la calma, y el circo de la vida continúa con sus luces y sus sombras. De nuevo, ya cerca de Bayona, un enorme grupo hecho de fanáticos de las Harley-Davidson (los motards gabachos se encuentran entre los más devotos a los hierros de Milwaukeee) me adelantan pausadamente, consiguiendo que el agradable petardeo de mi escape 'Akrapovich' quede completamente eclipsado por el fragor de las relucientes HD's. Al contemplarlos, gesticulantes y satisfechos sobre sus baúles, me pregunto de dónde vendrán, y reflexiono también sobre mis experiencias absolutamente polarizadas con tales monturas en el pasado: formidable la primera y  una tortura china (los putos amarillos jodiéndolo todo, como siempre) la segunda. Traigo aquí la primera:



La plácida jornada me lleva a hacer noche en S. Sebastián, en un lúbrico 'gastro-hotel' muy euskaldun, al lado del estadio de Anoeta. Al contemplar este último, poderosas notas acuden a la velocidad de la luz a mi cabeza, y se quedan a vivir en ella... hace varios lustros  asistí en tal plaza, en trance y absoluto delirio, al mejor concierto que contemplarse en el mundo haya podido. Nunca. Así que, feliz, inicio la ruta gastronómica por mi cuenta (bueno, en la agradable compañía de otra vieja amiga) buceando en el casco viejo donostiarra, antes de reposar en una habitación hecha de música celestial llegada desde las islas británicas. 

WHAT DO YOU WANT FROM ME - Enlace


Y las luces del teatro de los sueños comienzan a apagarse poco a poco. Al día siguiente selecciono de nuevo el 'modo tren' para acompañar el espectacular trazado del extinto FC Vasco-Navarro, girando después hacia la capital de La Rioja, que como todos sabemos es La Meca, en la República Vitivinícola de San Asensio (requiere explicación musical, pero me da pereza). Y a lo largo del también extinto FC Haro - Ezcaray, el asfalto me llevará a hacer noche en este último lugar -rincón de mis desvelos de viajero-, y a degustar en su coqueta plaza alguno de los caldos republicanos de San Asensio, antes de abordar la definitiva manga ferroviaria por el FC Villafría - Monterrubio al día siguiente, que casi por casualidad coincide con la última jornada, en la que pongo definitivo rumbo a casa atravesando los páramos burgaleses.


Pero... ¿a quien le importa ya la ruta? Las sensaciones quedaron atrás, aunque vivirán para siempre. En el cuerpo de un motard viejuno, crápula y licencioso.























ODA A LAS DOS RUEDAS


Tengo leído de algún filósofo o pensador -creo que contemporáneo-, de cuyo nombre no puedo acordarme, alguna prosa o verso que giraba en términos parecidos a estos: ‘…de todas las potencias humanas, no es la menos estúpida aquella que le hace amar a objetos inanimados…’ No lo calificaré como ‘amor’, entonces, alejándome así de la posibilidad de que alguien se le ocurra usar el simpático epíteto de la cita conmigo; lo llamaré ‘apego’, y que el diablo me lleve.


Porque apego ha sido, sin duda, lo que por mis vehículos de dos ruedas he sentido. ¿Cómo no habría de tenérselo? Me engancharon -todas ellas- desde el primer momento (siempre adquirí mis yeguas/monturas desde el flechazo, más que desde una pragmática visión de lo utilitario), y ya desde ese primer momento decidí que iban a ser mías. Ellas y yo, juntos, hemos construido aventuras que darían para llenar numerosas páginas; hemos añadido muchas increíbles imágenes a la agenda de nuestro personal devenir compartido; con ellas he atravesado parameras y desiertos, imposibles pasos de montaña en sierras alpinas de amenazadores crestas, bosques oscuros cortados por salvajes cursos de agua, e inhóspitas extensiones hechas de una gruesa capa de hielo y nieve -el ‘Nifelheim’ de la mitología nórdica-; en ellas he volado sobre majestuosos ríos y oscuros brazos de mar -haciendo uso de los abrumadores logros que la  tecnología del tercer milenio nos permite-, y he visitado volcanes, islas inmensas e islas minúsculas, valles sobrecogedores y acantilados sobre bravos océanos... muchos amaneceres y muchos crepúsculos siempre cambiantes se han mostrado a mis ávidos ojos a través de la pantalla del casco, y muchas han sido las fronteras atravesadas (no sin dificultad, en algunos casos) de tal modo.

 

Y si alguna de esas yeguas giraba la cabeza, en ciertas oscuras noches de otoño, casi llegaba a oír los gritos que una infinita sensación de libertad hacía brotar del pecho de su dueño, puesto en pie sobre los estribos… nada que pueda ser fácilmente entendible sin que te juzguen loco de forma automática, nada que alguien que haya probado esa droga, pueda dejar de entender ni por un sólo instante. ‘Montar’ y ‘cabalgar’ son una sola cosa en el idioma de Shakespeare, y en él se expresaron unos potentes germanos, para cantarle hace años a los moteros del mundo:


‘What does it take to live

under clear blue skies

freedom you’re my belief

for you I’d die…’


(Bonfire - ‘Freedom is my belief’ - Dedicated to the bikers of the world)


  Y ya está.



EN EL ORIGEN...

Dedicado a mi padre, donde quiera que esté. May peace be with you